MORIR MIL VECES DE AMOR RELATO)

En mi deambular por el mundo conocí en Santo Domingo a un hombre pobremente vestido, con larga y descuidada barba que, a pesar de su lamentable aspecto mostró exquisitos modales cuando, de un modo muy educado me ofreció una poesía impresa en una ordinaria cuartilla de papel pidiéndome:
—Si dispone de unos pocos segundos para leer este poema mío le estaré eternamente agradecido, y lo mismo lo estaré si le gusta y lo cree merecedor de una monedita que, unida a otras pocas que tengo ya, me permita pagarme el desayuno de hoy.
No recuerdo el poema para poder recitarlo, pero sí recuerdo que me conmovió hondamente, por lo bien rimado, cargado de dolor, de ternura y de espiritualidad.
—Deduzco de este escrito suyo que usted amó con toda su alma a una mujer, la perdió y todavía sigue sufriendo por ella. De ser así, lo lamento por usted.
Él comenzó a mover la cabeza en sentido afirmativo y me respondió:
—Caballero, sigo sufriendo por ella y sufriré mientras me quede un átomo de vida, pero prefiero mil veces morir de amor, que vivir eternamente sin haberlo conocido.
Le di para que pudiese desayunar, y yo le estaré para siempre agradecido porque su recuerdo me ayudaba a seguir manteniendo viva la convicción de que: Es preferible, morir mil veces de amor, que vivir eternamente sin haberlo conocido.
Una mañana Laura y yo coincidimos en una cafetería. Nos saludamos. La invité a un café y ella aceptó. Desde hacía algo más de un año, Laura era la prometida de Damián uno de mis mejores amigos. Yo la amaba en silencio, desesperadamente.
Esa mañana, influido por el recuerdo recuperado momentos antes, de ese viejo poeta de la República Dominicana, saqué un bolígrafo de mi bolsillo y me puse a escribir sobre una servilleta.
Laura que me había estado observado todo el tiempo, dijo cuando yo por fin separé mi bolígrafo del papel y, mirándola fijamente suspiré poniendo mis ojos en blanco.
—¿Preparando la lista de la compra de los lunes? --curiosa.
—No. Acabo de escribirte un poema, que te debí escribir mucho tiempo atrás.
Al advertir ella la seriedad que yo había adquirido, me preguntó mostrando un anhelante interés que me hizo concebir esperanzas:
—¿A qué esperas para recitarlo?
—Temo tanto que puedas burlarte de mí.
—Estás demasiado serio para que yo interprete como jocoso tu poema —juzgó mostrando un brillo especialmente interesado sus bellos ojos negros.
Carraspeé para aclarar mi voz que enronquecía la emoción que se había adueñado de mí. Y empecé a leer imprimiendo a mis palabras una pasión que brotaba como el contenido encerrado durante años dentro de una botella de champán:
Sueño todos los días con tu embriagadora boca
Con el elixir que ella contiene, con el divino placer
de que mis manos despierten tus senos dormidos,
y con entrar en tu sublime paraíso de mujer
Y morir mil veces, de amor los dos eternamente unidos.
Escuchándome y viéndome a Laura no le cupo ya duda alguna de que yo acababa de descubrirle la gran verdad de mis sentimientos hacia ella.
—Y si yo te dijera que llevo desde el primer momento que nos vimos deseando lo mismo que llevas deseando tú, ¿qué harías?
—Decírselo a Damián, mi mejor amigo.
Ella abrió el bolso que mantenía todo el tiempo en su regazo, sacó de su interior el teléfono móvil y me lo entregó. Adquiriendo mi voz una seguridad y firmeza que hasta a mí mismo me sorprendió, hablé:
—Hola, Damián. Seré muy breve en lo que debo decirte. He muerto de amor por Laura mil veces desde el instante mismo en que me la presentaste. En este momento, cuando sumaba las mil y una veces, se lo he dicho, y acabamos de confesarnos que al segundo de habernos visto nos enamoramos. Adiós, Damián.
Corté la comunicación. Le devolví el teléfono a Laura; ella lo bloqueó y guardó. Pagué las consumiciones y cogidos de la mano nosotros dos nos dirigimos al coche mío aparcado en un garaje subterráneo. Nos metimos dentro de él y ella y yo nos dimos una pequeña parte de los miles de besos que llevábamos almacenados y deseosísimos de compartirlos.
(Copyright Andrés Fornells)