MI ABUELA ROSA CANTABA TANGOS (RELATO)
(Copyright Andrés Fornells)
Uno de los mayores placeres que disfruté en mi niñez fue ir a buscar setas con mi abuela Rosa. Mi abuela Rosa, mujer del campo, como lo habían sido tantos antepasados suyos, lo sabía todos sobre estas maravillas vegetales que consisten en un sombrero sostenido por un pie.
Mi abuela Rosa se sabía los nombres de todas ellas, desde las más abundantes a las más raras: boleto de pino, níscalos, colmenillas, pata de rata, ceps, etc.
Y mientras los recogíamos, mi abuela Rosa, me cantaba tangos. Y me embelesaba escucharla. Poseía una voz melodiosa, llena de armonía y le ponía tanto sentimiento, que sus canciones cobraban vida. Había un tango, especialmente, en el que ponía tanta emoción que conseguía engordaran las lágrimas en mis párpados. Ese tango era “La Cieguita”. Mi imaginación era capaz de ver a aquella pobre mujer, a su desdichada niña ciega, y al hombre que la alegraba jugando con ella. Y luego la muerte de la pequeña que no podría seguir jugando con aquel buen hombre.
Cuando mi abuela Rosa veía asomarse el llanto a mis ojos, se conmovía. Me besaba en las mejillas y me decía:
—Eres un buen chico, Andresito, y eso me hace feliz.
Y sus besos tenían esa maravillosa ternura que solo poseen los besos que, naciendo en lo más hondo del alma afloran a los labios y transmiten genuino amor.
Nunca te olvido, abuela, pues en mi casa nunca ha faltado un tiesto con un rosal de inquilino. Ni ha faltado tu hermoso y maravillos recuerdo en un lugar preferente dentro de mi corazón.