MAMÁ, ¿ERES FELIZ CON PAPÁ? (MICRORRELATO)
Hasta que no llegó a su avanzada adolescencia, Patricia no demostró interés alguno por conocer la clase de relación que, entre ellos, mantenían sus padres. Con ella habían cumplido siempre su obligación de vestirla, alimentarla y cuidarla durante las escasas veces que estuvo enferma. Nada tenía que reprocharles.
Pero cierta mañana, antes de salir en busca del autobús que la dejaría a pocos metros de la universidad, se fijó en la cara de su madre, y le asalto una repentina preocupación. La cara de su madre mostraba profundas ojeras violáceas, un rictus amargo en su boca y una honda tristeza en sus ojos. Y se le ocurrió hacerle una pregunta que acababa de surgirle en aquel momento:
—Mamá, ¿eres feliz con papá?
La interpelada quedó sorprendida durante unos pocos segundos sin saber qué responder al repentino, inusual interés que le demostraba su hija. Finalmente, le respondió lo primero que pasó por su cabeza:
—A veces tenemos que aprender a odiar para no morir de amor.
—No entiendo qué quieres decir, mamá —confesó perpleja la joven.
—Y ojalá no lo entiendas jamás, hija mía —con actitud misteriosa la madre.
Patricia marchó en busca del autobús pensando, preocupada, que no conocía nada sobre la relación que mantenían sus padres ni había realizado jamás esfuerzo alguno a este respecto. Y dedujo tras una profunda reflexión que su padre no se había preocupado nunca de hacer feliz a su madre.
En adelante Patricia demostró mayor cariño a su madre y mayor censura a su padre al que se ocupó de recordarle continuamente:
—Papá, mañana es el cumpleaños de mamá. A ver si tienes el caballeroso detalle de regalarle unas flores.
—Lo haré, déjame en paz —refunfuñaba él.
—Papá, mañana es el aniversario de vuestra boda. No olvides hacerle un regalo bonito a mamá. Ella te va a regalar un jersey. La acompañé a comprarlo.
—De un tiempo a esta parte te has convertido en el abogado defensor de tu madre —le recriminó él, molesto.
—Cierto. Es que a veces tenemos que aprender a odiar para no morir de amor.
—¡Dios, eres tan enigmática como ella! —se exaltó él.
Patricia reía para sus adentros. Había aprendido bien, de la autora de sus días, el interesante arte de desconcertar.
(Copyright Andrés Fornells)