LOS ZAPATOS HABLANTES DE SHERLOCK HOLMES (RELATO NEGRO)
Hacía una de esas noches típicas de densa niebla londinense. Sherlock Holmes caminaba por una oscura y solitaria calle dentro de un barrio marginal de la metrópoli británica, cuando de pronto surgió de la oscuridad de un portal un hombre armado con un cuchillo y se lo clavó en mitad del corazón.
Mientras agonizaba, el famosísimo detective musitó con voz apenas audible:
—¿Por qué…?
Y Sherlock Holmes murió intrigado, sin haber resuelto si su asesino lo había matado para cumplir con ello una venganza o simplemente para robarle la cartera, el reloj y sus zapatos nuevos, acción ésta de pura necesidad, pues el homicida iba descalzo.
Scotland Yard al completo se activó. Cientos de policías inundaron los barrios llenos de maleantes. Realizaron miles de interrogatorios, se hicieron pesquisas, se detuvo a posibles sospechosos, se investigaron denuncias anónimas, posibles pistas, contactaron a los soplones e informadores habituales. No se obtuvo resultado ninguno. Los periodistas humillaron y se burlaron de la incompetencia de todas las autoridades.
El Dr. Watson que les había dejado hacer manteniéndose pacientemente a la espera, comprendiendo que todos los representantes de la ley eran unos ineptos incapaces de dar con el culpable del asesinato de su admirado y querido amigo, le dijo a mister Envelope el máximo mandatario de Scotland Yard:
—En vista de que tú y todos los demás no habéis sido capaces de localizar al asesino de mi muy querido amigo Sherlock me ocuparé yo de encontrar a su asesino aunque seguramente me llevará mucho tiempo.
El comisionado de la policía metropolitana le dirigió una mirada despectiva y dijo en un tono burlón, que no se molestó en ocultar:
—Doctor, una persona inexperta como usted perderá inútilmente su tiempo. Pero como usted está jubilado, y por esta razón le sobra tiempo para perderlo, yo le deseo tenga mucha suerte.
Tres meses más tarde el Dr. Watson entraba en las dependencias de Scotland Yard llevando con él a un individuo esposado y descalzo.
--¿Quién es este hombre que me ha traído aquí? --quiso saber, molesto, Mr. Envelope?
--El asesino de mi muy llorado amigo Sherlock Holmes. Y estos son sus zapatos --dejándolos encima de una mesa--. Los zapatos del mejor de todos los detectives del mundo.
--¿Qué pruebas tiene de que este individuo mató a Sherlock?
—Póngaselos a este asesino y se lo demostraré.
El comisario Envelope encontró no poca dificultad en aquella tarea por realizarla con una sola mano, pues con la otra mano se tapaba la nariz por lo mucho que apestaban los pies del acusado.
--Ya se los puse --dijo mostrando una expresión de asco. ¿Y ahora qué?
El detenido dijo en aquel momento lo habitual:
--Soy inocente.
--¿Cómo te llamas? --le preguntó mirándolo malamente el principal dirigente de la policía metropolitana.
--Johnny Nomoney.
El Dr. Watson dijo entonces a Mr. Envelope:
--Pregúntele a los zapatos quién ha matado a Sherlock Holmes.
--Eso es una idiotez. Los zapatos no contestan preguntas.
--Los zapatos de Sherlock Holmes sí lo hacen. Pregúnteles.
El prestigioso policía de Scotland Yard , soltó un bufido miró a los zapatos y dijo, escéptico y malhumorado:
--¿Quién mató a Sherlock Holmes?
Los zapatos esperaron a que Mr. Envelope mostrará una sonrisa burlona para contestar:
--A Sherlock Holmes lo mató, Johnny Nomoney.
Y así fue como el extraordinario detective, con la ayuda de su gran amigo Dr. Watson, después de muerto, descubrió a su asesino.
(Copyright Andrés Fornells)