LOS HUEVOS SALVADORES (MICRORRELATO)
Numerosos intelectuales exponen, frecuentemente, su opinión de que el conocimiento de lenguas extranjeras tiene suma importancia pues puede servir, entre otras muchas cosas, para averiguar lo que muchas personas que no hablan nuestro idioma piensan o, algo infinitamente más importante, pueden descubrirnos sus buenas o malas intenciones con respecto a nosotros.
Había en un gallinero muy humilde dos gallinas y un gallo. La relación entre estas tres aves de corral era la de pleno entendimiento y una pacífica convivencia. El gallo cumplía con su tradicional chulería el papel que debía cumplir, y las gallinas también cumplían el suyo.
Los dueños del pequeño gallinero en el que vivían las tres aves eran un hombre y una mujer, ancianos y muy pobres.
Una de las dos ponedoras y lo mismo el gallo fanfarrón jamás se habían preocupado de tratar de entender el idioma que hablaban quienes les procuraban los alimentos diarios que los mantenían vivos a los tres. La otra ponedora sí había puesto todos sus sentidos y su máximo interés en comprender la lengua que hablaban quienes les daban de comer y beber cotidianamente.
Para aquella pareja de viejos sus tres animales de pluma significaban una de sus principales fuentes de alimentación, pues sobrevivían prácticamente de las tortillas de patata que se hacían con los huevos de las dos ponedoras y los tubérculos que cultivaban en su pequeño patio.
El país donde vivían estas dos personas y sus tres animales contaba con un gobierno insaciable que, aumentando continuamente los impuestos a sus indefensos contribuyentes, conseguía subiese la inflación y la pobreza de sus ciudadanos.
Cumpliendo con su ciclo habitual, el verano dio paso al otoño; y el otoño recortó considerablemente la duración de la luz diurna. Todos los que están al tanto de cómo funciona el asunto de la huevería, saben que este recorte de claridad diaria desorienta a las ponedoras y corta su producción de huevos. Producción que se convierte en cero patatero si se junta con la muda como fue el caso de aquellas dos gallinas (el gallo se libró de toda crítica por su ancestral incapacidad para poner huevos).
Cierta mañana los dos ancianos, cuando les daban de comer a sus animales comentaron:
—Nuestra situación es tan desesperada que, pasado mañana, sábado, tendremos que sacrificar a una de las gallinas puesto que, al no darnos huevos no podemos alimentarnos con nuestras imprescindibles tortillas de patata, y se nos han convertido en un gasto inútil.
Y aquí viene la importancia de procurar conocer más lenguas que la propia. La gallina que poseía un brillo muy despabilado en sus ojos, y se había esforzado en entender el habla de sus dueños, detuvo el proceso del cambio de plumas, inmediatamente, y forzó a su cuerpo a poner de nuevo huevos.
Su ignorante compañera siguió con el proceso natural de soltar plumas viejas para suplirlas por plumas nuevas, y el sábado de aquella misma semana fue sacrificada por sus explotadores.
Su lista compañera vivió durante quince años y llegada a su máxima longevidad sirvió para hacer un caldo de gallina de los que resucitan a los muertos, como reconocieron los dos octogenarios que lo disfrutaron.
(Copyright Andrés Fornells)