LAS PENAS FLOTAN (Microrrelato)

LAS PENAS FLOTAN (Microrrelato)

Si les hubieran preguntado solo un mes atrás, cuando les desbordaba la pasión, el deseo y las fuerzas, si su romance sería eterno, Ramón y Julia habrían jurado, sobre mil Biblias, que sí, que el amor que ambos compartía duraría hasta el fin de su vida. Y habrían jurado en falso, pues tres meses de desbordante, extenuante pasión fue todo lo que Julia aguantó y le dijo a Ramón, con absoluta sinceridad:

—Lo he pasado muy bien contigo, pero me he cansado de ti. Contigo todos los días son iguales. Caricias, sexo, agotamiento y después dormir mal y despertar casi sin haberme recuperado por completo del agotamiento.

—Pero Julia, yo no me he cansado de ti. No me he cansado de repetir todos los días: Caricias, sexo, agotamiento y dormir mal —defendió él.

—Lo siento. Hay entre nosotros un desacuerdo que me demuestra hago muy bien terminando esta relación nuestra.

Ramón suplicó a Julia todo el tiempo mientras ella hacia su maleta, luego de haber llamado a un taxi. Como si ella y el taxista se hubiesen puesto de acuerdo, el profesional del volante llamó a la puerta justo cuando ella había terminado de recoger y encerrar todas sus cosas.

Rechazó la ayuda que Ramón le ofrecía y llevó ella su equipaje hasta el vehículo de servicio público. Antes de entrar dentro de él agitó su mano en un gesto de despedida simpático y dijo:

—Adiós, Ramón, cuídate y llegarás a longevo.

—Adiós, mujer ingrata. Eres mucho menos hermosa de lo que yo te he dicho siempre que eres —rencoroso él.

—No le haga caso a ese hombre: es usted extraordinariamente hermosa —le aseguró el taxista poniendo en marcha su vehículo.

Ramón permaneció en la puerta hasta que el tráfico quitó de su vista el taxi y su ocupante. Se acordó de su madre cuando le había dicho que sería desdichado con Julia, porque en todas las parejas hay uno que ama y otro que se deja amar. Entre ellos dos la que se dejaba amar era Julia.

Ramón era un hombre del montón y lo demostró inmediatamente sacando del armario de la cocina una botella de ginebra y un vaso. Tomó asiento en el sofá y trató de ahogar sus penas de amor bebiendo; solo consiguió coger una borrachera bestial, despertar al día siguiente con una resaca de caballo y recordando otra sentencia infalible de su sabia madre:

 

—Es inútil el intento de ahogar las penas, porque las penas son tan extraordinarias nadadoras que por mucho que se intente lo contrario, ellas saben mantenerse todo el tiempo a flote. ¡Siempre flote!

(Copyright Andrés Fornells)