LAS NAVIDADES EN QUE YA NO FUIMOS TRES (RELATO)

LAS NAVIDADES EN QUE YA NO FUIMOS TRES (RELATO)

 No recuerdo en absoluto cuando me di cuenta de que nosotros éramos muy pobres. Posiblemente, ocurrió cuando descubrí que otras personas tenían cosas muy necesarias que nosotros no teníamos y su carencia nos significaba sufrimiento.

No eran cosas caprichosas, extraordinarias o especiales, eran cosas para comer cuando tenías hambre. No recuerdo si les pregunté en alguna ocasión a las dos personas que mis ojos vieron junto a mí cuando los abrí por primera vez, y que me cuidaban y daban cariño todo el tiempo, por qué había gente a la que les sobraba comida mientras que nosotros ni siquiera teníamos la que necesitábamos para no padecer la tortura del hambre.

 De todas formas, si en contra de lo que yo no recuerdo les pregunté a mis padres sobre ello, seguramente me hablarían de la existencia de algo monstruoso llamado dinero que servía, si lo poseías, para conseguir todo lo bueno de este mundo (materialmente hablando): para alimentarte, abrigarte y curarte si caías enfermo. Y que quienes tenían montañas de ese monstruo llamado dinero podían conseguir, con él, todo lo mejor que existía en el mundo y permitirse encima destruirlo cuando se cansaban de disfrutarlo.

Por educación y por necesidad, esas dos personas que a mí me amaban más que a ninguna otra cosa de este mundo creían en un Dios Omnipotente, que a los pobres, a los oprimidos, a los sufrientes, les daba en la otra vida todo aquello imprescindible para ser felices que en esta vida terrenal les había sido negado. La hermosa y sublime justicia divina.

Cuando a través de las personas que me amaban tanto, que amarme más les era imposible, aprendí a rezar. Y cuando yo supe rezar una de las cosas que yo pedía al Todopoderoso, cada noche al meterme en mi cama caliente en verano y fría en invierno, debido a que yo había descubierto ya la existencia de la muerte, era que cuando mis padres murieran yo muriese también con ellos y los tres, por haber sido buenos, subiésemos juntos al cielo.  

Pero ocurrió que un invierno, uno de nosotros tres murió y se marchó al cielo solo y aquella Navidad no fuimos tres los que olvidamos el hambre cantando villancicos, sino que fuimos solo dos.

Y recordando al ausente pusimos sus pantalones encima de una silla junto a una ilustración clavada en la pared del nacimiento del niño Dios.

Gracias a este detalle nuestro sentimental, madre y yo creímos sentir que de nuevo, nosotros, volvíamos a ser tres.

¡FELICES NAVIDADES PARA TODOS!

(Copyright Andrés Fornells)