LAS ARMAS LAS CARGA EL DIABLO (RELATO NEGRO AMERICANO)

LAS ARMAS LAS CARGA EL DIABLO (RELATO NEGRO AMERICANO)

A Johnny Blacknose, uno de los más sanguinarios pistoleros pertenecientes a la banda de Fraser Graham, su abuela materna, que lo había recogido y criado desde que siendo él un golfillo de nueve años, a su mamá y a su papá los condenaron a cadena perpetua por haber matado en el asalto a una joyería, al pamplinoso joyero, a su obesa y chillona mujer, a una dependienta bizca, al patizambo vigilante de la puerta y a un gato negro que, despertando de la siesta que se estaba echando, enfurecido les arañó, y enfadados con su conducta, aquel par de delincuentes le metieron en su gatuno cuerpo media docena de balas. Esta buena y achacosa anciana, al descubrir que su nieto, convertido ya en adulto poseía una pistola, le aconsejó, por su bien:

—Ándate con mucho cuidado, mi niño, que las armas puede cargarlas el diablo.

A partir de entonces, cada vez que Johnny Blacknose cargaba su arma con balas de verdad (aclaro este punto porque sé de atracadores, tan pobres en recursos, que cargan las armas suyas con huesos de aceitunas y colillas de cigarrillos muy apuradas) lo hizo delante de un espejo para cerciorarse de que era él quien realizaba esta acción y no el diablo como le había advertido su querida abuela, en cuya sabiduría él confiaba ciegamente.

Un día que Johnny Blacknose se olvidó de vigilarse en el espejo, su arma la cargó el diablo y cuando quiso matar a Peter el Mosquito (un chivato que les había traicionado), la bala que acababa de disparar realizó un increíble giro en el aire y se le incrustó a él en la sien derecha perjudicándole seriamente, tan seriamente que lo dejó muerto in so facto.

En cuanto a Peter el Mosquito se ocupó de liquidarlo un conductor de autobús celoso, pues mientras él se encontraba de servicio, el soplón de la policía ocupaba su lugar en la cama matrimonial con la esposa infiel del honrado profesional del volante.

La inspectora Rosemary Clavel, persona notoriamente religiosa, sin tener en cuenta que el pistolero occiso no tenía en la sien chamuscada la piel ni había tampoco en ella restos de pólvora quemada, cerró el caso diciendo mientras se daba aires de sesudo Sherlock Holmes, refiriéndose al fallecido:

—Este canalla, arrepentido de los muchos crímenes que llevaba cometidos, se hizo justicia a sí mismo suicidándose. Alabado sea el Señor que siempre está del lado de los buenos y castigando severamente a los malos.

La abuela de Johnny Blacknose, que lo máximo que siempre admitió fue que su nieto había sido un “chico algo travieso” puso en su tumba una lápida preciosa hecha de mármol blanco con encantadores angelitos en relieve, tan mona es esta lápida que actualmente mucha gente que visita el cementerio The Silent Inhabitants, de Boston, se detiene a admirarla, a hacerse fotos, a leer la inscripción puesta en preciosas letras góticas y que reza así: “Aquí yace la mejor persona que su abuela ha conocido en este puerco mundo lleno de malvados, y donde el maldito diablo anda suelto porque ningún policía tiene las agallas suficientes para cogerlo preso y enviarlo a la silla eléctrica”.

—A lo mejor es que no saben cómo trincarlo, abuela —manifestó Fraser Graham, un hombre tan decente y generoso que corrió con todos los gastos del sepelio y le traía a la anciana, todos los años, una tarta de cumpleaños detalle con el que, cuando respiraba normalmente, solía obsequiarla su nieto Johnny Blacknose.

—Es tan lamentable la ignorancia que nos rodea, abuela, que a los hombres cultos como yo nos da hasta vergüenza presumir de saber que dos y dos son cinco.

La anciana, sabedora de que el ex jefe de su nieto era muy rico comprendió que su fortuna la debía este hombre a su prodigioso dominio de las matemáticas.

(Copyright Andrés Fornells)