LÁGRIMAS (Sentimental recuerdo adolescente)
A la salida de la iglesia los novios convertidos en marido y mujer, la multitud formada por familiares y amigos de ellos dos lo celebró con gritos, aplausos y puñados de arroz. Los agasajados reían radiantes de felicidad. Agitaban con entusiasmo sus brazos. Se abrazaron, saludaron y besaron con algunos de los allí presentes.
Yo los observaba con mi adolescente corazón partido. Ella, la recién desposada, estaba arrebatadoramente guapa. Se llamaba Lena, era vecina mía y yo llevaba adorándola desde antes de que mis padres decidieran cambiar mis pantalones cortos por unos pantalones largos. Y había soñado miles de veces en que ella y yo cambiábamos ardientes besos, abrazos y caricias en todos los escenarios imaginables. Sobre las arenas de playas solitarias, bajo la lluvia de una plaza escasamente iluminada, desnudos en una cama enorme…
Los novios, sonrientes, aturdidos, presurosos, acababan de subir al coche que conducirían hasta la ciudad donde tenían programado celebrar su luna de miel.
La madre de la desposada, la señora Elena situada a escasa distancia de mí, se dio cuenta de mi congoja y con sus ojos anegados de lágrimas quiso saber la causa de mi llanto, y le respondí con voz quebradiza:
—Lloro por la misma causa que llora usted, señora Elena: Lloro porque acabo de perder a la persona que quiero con todo mi corazón.
La buena mujer, compadecida de mí, me abrazo y dijo:
—Pobrecito… Ángel mío, yo te consolaré lo mejor que sepa…
A todos esos tipos que presumen de que los hombres no lloran porque son muy machos y tienen los grifos del llanto secos, les digo que por tener esos grifos sin líquido, en esta vida se pierden muchas cosas buenas. Que digo buenas, ¡buenísimas!
(Copyright Andrés Fornells)