LA VIDA EN BROMA (II) (MICRORRELATO)
(Copyright Andrés Fornells)
Era verano. El sol había alcanzado su achicharrante verticalidad. Hasta los mismos demonios, reconocidos expertos en altas temperaturas, de haberles preguntado alguien, habrían reconocido que hacía un calor endiablado. Yo me hallaba sentado en una céntrica terraza, debajo de un toldo a rayas verdes y blancas, gozando la ambrosía de una cerveza bien fresquita.
De pronto descubrí se acercaban andando hacia el lugar donde yo me encontraba, Azucena, mi ex, acompañada de un dandi de metro cincuenta con bigote a lo Leonardo DiCaprio, traje Armani, zapatos brillantes como espejos y ese fruncimiento desdeñoso de morritos que caracteriza a los que se creen grandes triunfadores económicos.
Azucena al verme solo, sintió el deseo de humillarme y le pidió a su “triunfador” sentarse cerca de donde yo me hallaba. Una vez estuvieron acomodados, yo saqué el pañuelo limpio que llevaba en el bolsillo superior de mi arrugada chaqueta y llevándomelo a la cara solté un chorro de sonidos que igual podían ser interpretados como sollozos que como carcajadas. Mi propósito era que ella entendiese lo primero y supe lo había logrado cuando mi exnovia, mirándome con regocijo sentenció en beneficio de su acompañante:
—Mira a ese pobre desgraciado. Es tal su desdicha desde que yo le dejé por ti, que terminará suicidándose.
Acababa ella de emitir este despiadado pronóstico sobre mí, cuando justo regresó de los servicios mi nueva novia, la miss Universo del año anterior. Al verla sentarse delante de mí y mirarme con ojos de adoración, a Azucena le dio un patatús, quedó despatarrada en su silla y privada de todos sus sentidos. Cogí a mi bella acompañante del brazo y ella me siguió encantada. Hay que tener don con las mujeres. Y yo lo tengo. Al pasar por el lado de la desvanecida y de su acaudalado prometido le di a éste un excelente consejo:
—No te dé asco, hombre. Hazle el boca a boca a ver si la reanimas.
Y el que puso entonces cara de triunfador fui yo mientras nos alejábamos.
Me enteraría más tarde que del despatarro Azucena salió bien parada, pero que como consecuencia del patatús quedó tartamuda y virada del ojo izquierdo.
Estaré de acuerdo con quienes me critiquen y me digan con toda su boca que la venganza es fea, reprobable, bochornosa; pero nadie podrá negarme que nos provoca un inmenso placer vengarnos. ¿A qué sí?