LA POBREZA NO LO CAMBIÓ (MICRORRELATO)

LA POBREZA NO LO CAMBIÓ (MICRORRELATO)


Un hombre muy ambicioso, desprovisto de escrúpulos, conciencia y honestidad, estafando, robando y corrompiendo a quienes le convino corromper y se dejaron, logró reunir una considerable fortuna.

La justicia, que no es ciega todo el tiempo ni tampoco con todos los que se enriquecen cometiendo engaños e ilegalidades cayó finalmente sobre él y consiguió arruinarlo.

La ruina no mejoró como ser humano al individuo aquel y sobrevivió sin trabajar y quitándoles cuanto podía a los que eran tan pobres o más que él.

Cierta mañana sentado en el banco de un parque vio a un hombre que cubría sus ojos con unas gafas negras y que llevaba prendido de su pecho un cartelito que ponía: SOY CIEGO DE NACIMIENTO. SUPLICO UNA PEQUEÑA AYUDA PARA SOBREVIVIR. Entre sus pies calzados con unos zapatones rotos y sucios tenía una gorra mugrienta dentro de la que, de tarde en tarde, algún paseante compasivo dejaba caer una moneda de poco valor.

El hombre codicioso, que había pasado de la opulencia a la miseria, se quedó observándolo. Aquel mendigo era digno de lástima. Estaba esquelético, demacrado y desvalido.

Inmediatamente, su mente calculadora elaboró un plan para aprovecharse de él. Se llegó junto al invidente y le habló con voz extraordinariamente amistosa:

—Hola, me llamo Alberto y soy, al igual que tú, un mendigo.

El hombre sentado en el banco reaccionó ante aquella voz tan amable queriendo saber:

—¿Eres ciego también?

—No, yo puedo ver, y al igual que tú no tengo donde caerme muerto.

—Bueno, por lo menos tú tienes la suerte de poder ver.

—Cierto, es en lo único que estoy mejor que tú, pues en la pobreza igualamos.

El ex potentado tomó asiento junto al ciego y empleando su astucia que seguía siendo la misma de siempre, le propuso se convirtiesen en socios. Él lo llevaría cogido del brazo y no correría más el peligro de que lo atropellase un vehículo o le robasen lo poco que había reunido pidiendo, como él había confesado ya le había ocurrido un par de veces.

El ex millonario supo engañarlo con su falsa bondad, igual como en otro tiempo lo había hecho a todo el que había podido.

A partir de aquel momento no se separó del pobre invidente y lo condujo a las puertas de iglesias donde acudían las familias de clase alta y a supermercados y a esquinas del centro de la ciudad. Se sentaba al lado del ciego (al que daba muy mal de comer para que continuase enflaquecido y despertando lástima) y le iba quitando la mayoría del dinero que recibía, pues las personas caritativas ponían dinero casi siempre en la gorra del invidente y no en la gorra suya.

Hasta en la pobreza, el hombre ruin seguía siendo el mismo que fue en la abundancia. Pero su desvergonzado abuso no duró mucho tiempo. El ciego enfermó de veras y cuando lo llevaron moribundo a un hospital se olvidó de él y salió en busca de otra víctima de la que poder aprovecharse.

(Copyright Andrés Fornells)

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