LA NIÑA DIJO AL NIÑO, Y EL NIÑO DIJO A LA NIÑA (MICRORRELATO)
El niño era todo lo contrario a bien parecido. Tenía los ojos pequeños, la boca grande y, a cada lado de su cara de pera, orejas de soplillo.
La niña poseía un rostro redondo, gracioso, pelo castaño ondulado y una sonrisa con hoyuelos. Su familia le decía que era guapísima y ella, mirándose con frecuencia al espejo, estaba convencida de que así era.
Esta niña vanidosa cuando veía por la calle al niño poco agraciado se burlaba de él diciéndole:
—¡Feo, payaso, feo, payaso!
El niño agachaba la cabeza, dolido, triste, y callaba. Hasta que un día, rebelándose, pasó de la sumisión y tolerancia al enfado y la agresividad y le respondió:
—¡Fea presumida! ¡Fea presumida!
La niña que había aprendido a ofender no soportó ser ofendida, corrió hacia donde se encontraba su madre y le contó entre sollozos, lo que acababa de decirle el niño con cara de payaso.
Su madre buscó a la madre del niño que había devuelto ofensas y le contó que él había insultado a su niña y merecía un castigo.
—No se preocupe que yo sabré reprender a mi hijo —dijo la otra mujer para tranquilizarla.
Salió al patio de su modesta vivienda y mirando a su hijo rodeado de pájaros comiendo las migajas de pan que él les daba, sonrió. ¡Lo quería tanto! ¡Era tan bueno y obediente!
El niño al verla rio contento y exclamó entusiasmado:
—¡Mamá, hoy han venido a estar conmigo dos gorriones más que ayer!
—Los animales saben ser agradecidos. Oye, hijo, nunca vuelvas a decirle a esa niña, Elvirita, que es fea. Eso la disgusta tanto que llora.
—Pero, mamá, ella me dice cosas que me disgustan a mí y me aguanto para no llorar —protestó el pequeño.
—No hagas caso de lo que ella te diga y nunca le respondas de igual modo.
—¿Por qué he de hacer eso?
—Porque desde que el mundo existe los niños y los hombres han tenido la caballerosidad de ser amables con las niñas y las mujeres y se han callado antes que decirles cosas desagradables.
—Eso es muy raro, mamá —el chiquillo mirándola con extrañeza.
—Aunque te parezca raro, hazme caso por favor. ¿Te callarás la próxima vez que una niña te diga algo que consideres un insulto?
—Sí, mamá. Obraré como tú dices que deben obrar los niños y los hombres --obediente, una vez más, él.
Al día siguiente la niña, en cuanto le vio, repitió sus palabras de otras veces:
—¡Feo payaso, feo payaso!
El niño no bajó más la cabeza, miró al cielo y sonrió mientras con el pensamiento le gritaba: <<¡Fea presumida! ¡Más fea y presumida que nadie!>>
(Copyright Andrés Fornells)