LA ISLA DEL TESORO, O EL TESORO DE LA ISLA (RELATO)
A Salva le gustaba Estrellita más que el chocolate a una embarazada. Él procuraba hacerse el encontradizo con ella, en cuanto la muchacha salía de su casa, lo cual podía significarle tener que esperar durante horas en la acera del otro lado de su vivienda, pero a él no le importaba este gasto de tiempo y paciencia porque a él, Estrellita, le gustaba más que el chocolate a una embarazada.
Por fin Estrellita salía por la puerta que, de tanto mirarla, Salva sabía el número de desconchaduras que la misma tenía, el número de cagaditas de moscas y el número de huellas dactilares entre las que sabía distinguir las pertenecientes a ella.
Pisada ya la calle, Estrellita que era una lectora empedernida mantenía la atención de todos sus sentidos leyendo un libro. Contemplándola embelesado, Salva decía con voz melosa y aterciopelada, pasando suavemente por su lado aspirando con la misma necesidad que un cocainómano el embriagador perfume que el escultural cuerpo de ella desprendía:
—Buenos días, Estrellita.
Ella empleando el mismo tono que habría empleado para dirigirse a una farola, respondía, por educación, sin mirarle, pues en contra de lo que dicen tantos ensalzadores de las extraordinarias cualidades femeninas, ella no sabía hacer dos cosas a la vez: leer y mirar a quien le dirigía la palabra.
Con la indiferencia de Estrellita, Salva sufría el tormento de Tántalo, ese desdichado señor al que los dioses griegos, cabreados con él, metieron en un lago con el agua a la altura de la barbilla, bajo un árbol repleto de deliciosos frutos, y cada vez que intentaba coger uno de ellos o sorber un poco de agua, éstos se retiraban fuera de su alcance, mientras sobre su cabeza pendía una enorme roca que amenazaba aplastarle. Vamos una situación que no recomendarías ni a tu peor enemigo.
Arturito, el hermano de Estrellita, que era bastante amigo de Salva con el que se cambiaba videojuegos de hadas, compadecido de su sufrimiento amoroso, decidió ayudarle a conquistar a su hermana y le dijo lo que podía hacer para conseguirlo:
—Mira, háblale de libros y despertaras su interés.
—No puedo hablarle de libros. Nunca leo ninguno —lamentó Salva.
—Oye, el que algo quiere, algo le cuesta —severo el muchacho.
—Tienes razón. Tendré que hacer el sacrificio. ¿Con qué libro crees tú que debo empezar?
—Yo te prestaré, a escondidas de ella, el favorito de mi hermana, ¿de acuerdo?
—Muchísimas gracias. Estaré en deuda contigo el resto de mi vida. Si llego a casarme con ella te regalaré la última versión del X-Box, prometido.
Combatiendo el sueño que le entraba cada vez que se ponía a leer, Salva consiguió leerse entero “La isla del tesoro” y, aunque le pareció una chorrada antigua para niños que creían todavía que la tierra era plana, aguardó a que Estrellita saliera de su casa con los ojos pegado a las páginas de un libro, para colocarse delante de ella, interceptarle el paso, y decirle con voz de chupa-chups de frambuesa:
—Perdona, como te veo todos los días por la calle leyendo, quiero preguntarte si has leído mi libro favorito.
Ella dando evidentes muestras de fastidio, por haberle el inoportuno interrumpido su lectura en el momento mismo en que una hermosa princesa y un apuestísimo príncipe estaban a punto de juntar sus labios en un beso apasionado, le miró como si desease tener el poder de fulminarle y dijo, porque la curiosidad en la mujer forma parte importantísima de su idiosincrasia:
—¿Cuál es tu libro favorito?
—La isla del tesoro.
A Estrellita se le iluminaron inmediatamente los ojos, curvó los labios, cerro la novela que estaba leyendo y exclamó complacida:
—¡Qué feliz casualidad, ese libro es también el mío favorito!
Se emparejaron y durante todo el camino que les llevó hasta la perfumería donde ella trabajaba (empleo que la permitía ser la muchacha que más maravillosamente olía de toda la ciudad), hablando sobre aquel libro, con entusiasmo recordando con auténtica fruición los pasajes más interesantes y apasionantes de él.
A partir de aquel día Salva se convirtió en un devorador de libros que luego comentaba con Estrellita, hasta que finalmente llegada la confianza entre ambos, a las cotas más altas, Salva le pidió a Estrellita, una noche en la oscuridad del portal de la casa de ella mientras se ponían a base de caricias en situación volcánica activa, “el tesoro de su isla”.
Ella se ruborizo porque era lo que tocaba, parpadeó como si estuviera realizando el esfuerzo mental mayor de toda su existencia y finalmente estuvo de acuerdo, siempre que hubiese un previo paso por el altar, con vestido blanca suyo, tarta nupcial, comilona y baile para los invitados, y algunas cosillas más. Él consintió en todo porque cuando a un hombre le gusta una mujer más que les gusta el chocolate a las embarazadas no hay aro, por chico que sea, que no esté dispuesto a atravesar él. Para todo ello tuvo que pedir un crédito que tardaría diez años en pagar. ¿Pero que no hará un hombre enamorado por poder poseer el “tesoro de la isla” de una mujer?
Estrellita y Salva se casaron. Y ella le permitió a él entrar todas las veces que tuvo ganas dentro del “tesoro de la isla de ella”. Y a este eufemismo se le puede comparar con aquel de: tanto va el cántaro a la fuente…
Total, que Estrellita quedó embarazada y se hinchaba de comer chocolate todos los días. Después de varios días de no vernos, me encontré a Salva en la calle. Él iba con sus ojos clavados en el libro que estaba leyendo. Tuve que ponerme delante suya para que me hiciese caso. Se detuvo y me miró. Le pregunté por el embarazo de su mujer.
—Va estupenda su embarazo.
—Me alegro muchísimo —le dije y le regalé dos tabletas de chocolate para que se las diese a ella.
—Bonito detalle por tu parte. Estrellita te lo agradecerá muchísimo, y yo también.
Me dio él un par de besos en las mejillas y me dijo que tanto Estrellita como él quieren que yo sea el padrino del bebé que nacerá dentro de pocas semanas. Le aseguré que sería para mi todo un honor, solté unas lagrimitas de emoción y nos separamos.
Por si alguno de ustedes no ha adivinado quien soy yo, se lo voy a decir:
—Soy Arturito, el hermano de Estrellita. Y ahora les dejo porque tengo unas ganas locas de seguir jugando con la X-BOX que me regaló mi cuñado. ¡Hasta luego!