LA INOCENCIA ERA LO ÚNICO QUE EL ASESINO RESPETABA (RELATO NEGRO AMERICANO)

LA INOCENCIA ERA LO ÚNICO QUE EL ASESINO RESPETABA (RELATO NEGRO AMERICANO)

Era un tipo meticuloso. Ejerciendo su criminal profesión, en unos estados se jugaba la libertad, y, en otros, la silla eléctrica. Precavido usaba guantes siempre. Era tan sigiloso que sus víctimas, atacadas por detrás descubrían sus ataques cuando ya les había rebanado el cuello.

Alguien que iba a ser llamado a declarar en una fecha muy cercana le había encargado que evitara pudiera hacerlo el juez Albert Collins. Este eminente jurista se encontraba, en aquel momento tendido en el suelo y sacudía su delgado cuerpo los estertores de la muerte. De su garganta seccionaba brotaba la sangre a borbotones.

Los ojos de su asesino, fríos, carentes de sentimiento humano alguno, lo estaban observando pacientemente. Cuando realizaba un encargo le dedicaba el tiempo que creía necesario. Según su criterio, ningún artista impaciente logra realizar una obra perfecta. El hombre muerto había dejado de moverse.

Le había llegado el momento de terminar el trabajo encomendado. Sin quitarse los guantes, el profesional del crimen fue metiendo dentro de una bolsa, la afilada navaja empleada, la cartera, el reloj y el dinero que encontró en el cajón primero del magnífico escritorio de caoba.

Durante su única estancia en una cárcel por haber matado a un estibador, en una pelea a cuchillo, un preso especialista en abrir cajas fuertes le había dado lecciones muy provechosas.

Estaban recorriendo sus ojos la estancia tratando localizar donde podía estar la que poseía el hombre que ya no podría juzgar a nadie, cuando escuchó en la calle la sirena de un coche de la policía. No creyó posible que tuviese algo que ver con él, pero por si acaso decidió marcharse, conformarse con la substanciosa cantidad cobrada por el trabajo que acababa de realizar, más lo que llevaba en la bolsa

Antes de abandonar el despacho escuchó junto a la puerta para cerciorarse de que no había nadie fuera que pudiese verlo. Cogió el ascensor y pulso el botón que ponía escrito debajo: garaje.

Comprobó que allí no había nadie, y pulso el botón que servía para abrir y cerrar el garaje donde los inquilinos de aquel lujoso inmueble guardaban sus vehículos. Solo entonces se quitó los guantes y los metió dentro de la bolsa.

Llevaba andados una docena de pasos cuando un niño pequeño jugando a escalarse de su mamá,se soltó de su mano y riendo con todas sus ganas la cara vuelta hacia ella se estrelló contra las piernas del criminal. La madre, una joven atractiva y bien vestida, le pidió disculpas. El hombre mostrando una sonrisa encantadora acarició la cabeza del pequeño y dijo en tono comprensivo, benévolo:

—No se preocupe, señora, todos hemos sido niños, alborotado y cometido travesuras.

—Muchas gracias por su comprensión —agradeció ella, y cogiendo de nuevo al pequeño de la mano le pidió—: Dale las buenas noches a este señor tan amable.

—Gracias, señor amable.

Y los tres se separaron sonrientes. El hombre mantuvo la sonrisa un par de segundos más pensando: <<Nunca sería capaz de matar a un niño pequeño, sería algo imperdonable quitarle la vida a un ser que conserva todavía la inocencia.

(Copyright Andrés Fornells)