LA GRAN IMPORTANCIA DE LOS PERROS EN LA VIDA DE LAS PERSONAS (RELATO)
(Copyright Andrés Fornells)
Alicia y Sebastián, cercanos ambos a la cincuentena, eran pareja desde hacía diez años y se llamaban fatal, por no decir que se odiaban. Hablaron un día, de separación, y los dos acordaron que era lo mejor para ellos. El piso donde vivían era alquilado. No hubo problema sobre quién se quedaría con él. Alicia se iría a vivir con una hermana que era viuda y poseía una casa grande. Sebastián se quedaría con la vivienda. Solucionado este asunto pasaron a señalar los objetos que se llevaría cada uno. Tampoco en esto hubo discusión. Y finalmente tuvieron que decidir sobre “Bizcochita”, la caniche que, en aquel momento, se hallaba durmiendo tan ricamente en el sillón que le tenían destinado. Fue entonces cuando surgió entre ellos una agria y violenta discusión, pues ambos querían quedarse con la cariñosa perrita que los dos amaban sobremanera.
Estuvieron discutiendo, acaloradamente durante un par de semanas, este asunto sin llegar a acuerdo alguno. Totalmente inamovibles sus posiciones.
Fue Alicia la que finalmente, creyó haber encontrado una posible solución a la disputa.
—Mira, dejemos que “Bizcochita” escoja con quién de los dos prefiere quedarse.
—¿Cómo que “Bizcochita” decida con quien quiere quedarse? ¿Es que de pronto ha recibido del cielo el don del habla? —burlándose Sebastián.
—Pues claro que no es eso, tío tonto —Alicia tratándole con desdén—. Lo que te propongo es que nos situemos ambos a igual distancia de ella. Y una vez hecho esto, los dos a la vez la llamemos, y al que “Bizcochita” acuda primero de nosotros dos, se la queda.
Sebastián se lo pensó durante algunos segundos. La propuesta le pareció justa. Incluso la consideró ventajosa para él, pues creía que la caniche, por el hecho de llevarla él todas las noches a dar un paseo, le tenía mayor apego que a su consorte.
—Bueno, por mí de acuerdo —decidió finalmente—. Espero que tú, si pierdes en lo que acabas de proponerme, respetes que “Bizcochita” se quedé aquí en casa conmigo.
—Puedes estar seguro de que lo respetaré. Palabra de honor.
—Perfecto.
—Pues coloca a la perrita donde tú quieras.
Sebastián se dirigió al sillón donde “Bizcochita” les estaba observando con ojos brillantes de curiosidad, la cogió en sus brazos, la llevó hasta la puerta del salón y le ordenó después de depositarla en el suelo:
—¡Siéntate!
El animal que, además de extraordinariamente manso era obediente, se colocó agachado, con las patas delanteras extendidas, el lomo erguido, la cabeza cercana al suelo, postura que demostraba sus evidentes ganas de jugar.
Sus amos retrocedieron hasta el balconcito, lugar al que podría llegar el can sin encontrar en su camino mueble alguno que le impidiese la carrera.
Alicia continuó dirigiendo aquel asunto:
—Contaré hasta tres y entonces la llamamos.
—Adelante.
—Una, dos, y tres. ¡“Bizcochita”!
—¡“Bizcochita”!
La perrita salió disparada hacia su dueña, dando grandes saltos de alegría. Su dueño, reconociendo que la había perdido, entristecido se cubrió el rostro, con los ojos llenos de lágrimas. Le partía el corazón perderla. Alicia aprovechó que su consorte no podía verla por haberse tapado la cara, para darle a “Bizcochita” el bombón que mantenía escondido en su mano, dulce de chocolate al que llevaba algún tiempo, astutamente, acostumbrándola a disfrutar. Espero a que terminase de engullirlo para decirle a su esposo, fingiendo estarlo lamentando:
—Lo siento por ti. “Bizcochita”, se vendrá conmigo.
—Así lo acordamos —resignándose, entre sollozos, el perdedor.
El destino, pensó mucha gente, le torció a Alicia el propósito. Al día siguiente, al cruzar una calle, un autobús la atropello matándola.
Hubo gente que se extrañó de que el azar hubiese decidido que el conductor del autobús, que le había quitado la vida a Alicia, fuese el mejor amigo de Sebastián.
Testigos y el mismo atropellador sostuvieron que ella se había, materialmente, arrojado bajo las ruedas del vehículo que él conducía.
Si Alicia podía ver desde el mundo de los invisibles lo estupendamente que “Bizcochita” y su ex consorte se llevaban, hubiera rabiado muchísimo y también le habría enojado además, que él, a la caniche, cada vez que realizaba a su plena satisfacción sus órdenes de que se tumbase, de que saltase por encima del sillón o recorriese toda la sala de estar corriendo y evitando chocar con los muebles, la premiase con bombones de la misma marca con que ella le regalaba el paladar, cuando pretendió hacer trampas para quedársela en pro-piedad.