LA AMIGA NO TENÍA SUEGRA (RELATO)

LA AMIGA NO TENÍA SUEGRA (RELATO)

LA AMIGA NO TENÍA SUEGRA
(Copyright Andrés Fornells))
Dos amigas se encuentran en la calle. Una viene de una zapatería donde se ha comprado unos zapatos nuevos sublimes según su parecer, y la otra de una boutique donde ha adquirido una blusa divina según su propio criterio. Deciden tomar un café y ver lo que traen. Las dos chicas son muy sexis y rubias. El camarero las atiendo, con ojos golosos.

—Un café con unas gotitas de leche.

—Un café mitad y mitad.

Después de haber ordenado ellas se desentienden del empleado. Éste es bajito, chato y anda como si tuviese un caballo entre sus piernas. Elogian los artículos nuevos.
—Chica, Mina, que blusita tan mona compraste.
—Pienso combinarla con mi falda azul acampanada. La que llevé en la Comunión de mi sobrino Alfonsito.

—Ahora te enseño los zapatos que he comprado —dice Eva.
Tan excitada como su amiga abre la caja y deja al descubierto el calzado recién conseguido.
—Chica, Eva, qué maravilla de zapatos —exclama admirada la otra—. ¡Me encantan! Son muy parecidos a esos rojos que entrené en la boda de Lucy.
—Sí. Los recuerdo.
—¿Los has comprado para llevarlos en ese viaje de fin de semana que tenéis planeado Alberto y tú pasar en Lisboa?
El semblante de su amiga se cubre de tristeza al anunciar:
—Alberto y yo hemos roto. Roto y hecho añicos nuestro compromiso.
—¡Oooooh! ¿Por qué? —Mina abriendo, enormes, los ojos de pestañas alargadas artificialmente.
—Tú sabes cuanto quiero yo a mi madre, ¿verdad? —Eva con humedad en los ojos recargados de rímel y con pestañas postizas también.
—Cierto, la quieres más que a nadie en el mundo.
—Tú lo has dicho: quiero a mi madre más que a nada en el mundo. ¿Sabes que descubrí tenía Alberto en su cuarto de baño?
—¿Qué? —Intrigadísima la amiga.
—Pues tenía una foto de mi madre atravesada por numerosos alfiles.
—Eso puede no significar nada. Una ocurrencia tonta.
—Sí significa. Significa mucho, porque mi madre lleva días sufriendo dolores en los sitios donde él tenía clavados esos alfiles.
—Vaya por Dios. Qué cosas. ¡Es horrible! Eva, hiciste muy bien rompiendo con Alberto, aunque él sea muy rico y guapísimo.

El camarero las sirve, sus ojos golosos recorren los voluptuosos cuerpos de ellas, que lo ignoran como si en vez de un ser humano las estuviese sirviendo un robot.
Las chicas pasan a tratar otros asuntos. La que ha roto con su novio hermoso y rico piensa menos y habla más, mientras su amiga habla menos y piensa más.

Cuando las dos amigas se separan, lo primero que Mina hace es llamar a Alberto.

—Hola, Alberto. ¿Cómo estás?

—Vivo —escueto y serio él.

—Me encantaría verte.

—¿Te has enterado de que Eva y yo hemos roto?

—Por eso me encantaría verte, por si necesitas consuelo.

—Qué considerada —suena él agradecido.

—Seguro que si habéis roto habrá sido por culpa de Eva.

—De Eva y de su madre, que no me traga, y yo a ella, menos.

—Yo soy huérfana —le recuerda Mina pensando en que él no podrá tener foto alguna a la que clavar alfileres.

—Vaya eso me alegra mucho. ¿Nos vemos esta tarde a las seis? —Animado, pues Mina es toda una belleza y le gusta.

Quedan en verse en una céntrica cafetería. Un té con pastas estará tan bueno a las cinco, como una hora más tarde.

Cortan la comunicación. Alberto queda pensando en que Mina le ha gustado siempre y, encima cuenta con el aliciente de no tener una madre dominante que mete sus narices en todo. Mina queda pensando en excusiones con el Ferrari de él y cenas íntimas en el céntrico y lujoso dúplex que Alberto posee en pleno centro de la ciudad.

Lo del amor, muchos lo han sustituido, desde largo tiempo atrás, por su menos exigente y complicado sucedáneo: el sexo.

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