JOSÉ SINPERRAS ESTRENÓ A UNA MUJER (RELATO)

JOSÉ SINPERRAS ESTRENÓ A UNA MUJER (RELATO)

José Sinperras era un vagabundo vocacional. Libre de obligaciones, sobrado de tiempo, deambulaba por las calles. Él encontraba en esto una diversión parecida a la que disfrutan otros asistiendo a espectáculos, practicando deportes o demostrando su destreza en videojuegos, etc.

En la calle Misericordia tenía una frutería el señor Miguel Manzano, hombre con más de cincuenta, dueño de un corazón que todavía le latía sano y le generaba bondad. José entraba en la tienda del señor Miguel, le daba los buenos días y se interesaba por su salud.

—¿Qué tal se encuentra usted hoy, don Miguel?

—Pues te diré, José: Dios sigue siendo bueno conmigo y me mantiene vivo y empalmando de vez en cuando. Un hecho funcional que tanto mi señora como yo le agradecemos devotamente.

—Escuchar eso me alegra el día, don Miguel. ¿Puedo coger una manzana y pagársela cuando me sobre el dinero?

—Cógela y ya me la pagarás cuando te sobre el dinero —rio el optimista dueño de aquel modesto negocio.

—Infinitas gracias. Le deseo un feliz y próspero día, querido acreedor mío.

—Lo mismo te deseo yo, querido deudor mío.

Y los dos se despedían riendo. José había solucionado su primera comida del día, y el señor Miguel realizado su obra de caridad diaria.

José comió la manzana andando sin prisa, haciéndola durar, convencido de que de este modo lo alimentaba mejor. De vez en cuando se detenía delante de un escaparate y recorría con ojos desinteresados su contenido. Formaba parte de la rutina con la que él empleaba su tiempo. Los días eran largos y el ocio había que llenarlo de algún modo.

Le valía todo. Fachadas con murales electrónicos publicitando grandes empresas internacionales. Estos eran los que más despertaban su curiosidad. Permaneció casi un cuarto de hora admirando un anuncio de vino cayendo desde una botella en una copa situada junto a una extraordinariamente bella catarata cuyos movimientos se repetían incansablemente. A este matatiempo seguían los escaparates con lo último en informática, en moda de hombre, en moda de mujer, aparatos ortopédicos, pizarras de restaurantes anunciando deliciosos manjares y sus precios…

José se detuvo delante de la entrada del hotel más lujoso de la ciudad. Le divertía observar al portero de aquel establecimiento, con su ostentoso traje lleno de corchetes dorados, su gorra de plato y la enorme y falsa sonrisa que dedicaba a los clientes que abría la puerta, toda de cristal tan limpio que ni a las moscas atraía.

De pronto, se detuvo un coche de alta gama delante de la entrada principal del aquel establecimiento afamado con el número máximo de estrellas. José le prestó su atención. Un chofer uniformado bajo y abrió su puerta trasera. Un tipo elegantemente vestido, cuyo rostro mostraba la altiva expresión de los triunfadores, salió del vehículo. Llevaba un maletín en su mano. Evitó rozarse con el vagabundo que detenido en la acera lo observaba, y que de pronto lo sorprendió con unas palabras que le dirigió:

—Adiós, Caín. Nos hemos conocido… más pobres.

El hombre con el aspecto de ser alguien importante se detuvo sorprendido. Prestó atención al rostro sin afeitar y al pelo desordenado y sucio de la persona que acababa de hablarle y llamarle por su nombre.

—¿José Sinperras? —dijo creyendo reconocerlo.

—Sí, ese soy yo, Caín Triunfador —respondió el vagabundo regalándole una sonrisa divertida.

—No te han ido demasiado bien las cosas, ¿eh? —dijo el caballero elegante como si se alegrara de ello.

—No me quejo. Llevó la vida ociosa que siempre deseé llevar. ¿Qué tal te va a ti?

—Estupendamente. Vengo de probar el megayate que acabo de adquirir al contado. Está provisto del lujo y la máxima tecnología de última generación. Supera los 60 metros de eslora y posee espacios amplios, instalaciones de superlujo y sistemas avanzados de navegación y propulsión. Vamos, una maravilla.

—¿No te mareaste en ese megayate?

—Claro que no. Posee una estabilidad extraordinaria.

—Oye, ¿estás pretendiendo despertarme envidia? —el sintecho mostrando suspicacia.

—¿No te la provoco acaso?

—Claro que no. Ese estúpido sentimiento de la envidia no lo poseo yo.  Mucho tiempo atrás en una de esas revistas que llaman del corazón, sacada por mí de una papelera, había un reportaje sobre tu principesca boda con Marisa Ventanas.

—Marisa Ventanas, mi esposa, con la que soy muy feliz —presumió el millonario—. Así que dices que no me envidias. ¿De veras no te gustaría poseer lo que poseo yo?

—Claro que no. Yo conseguí, cuando coincidimos en aquel primer año de universidad, lo que tú nunca podrás conseguir.

El hombre rico se lo quedó mirando sorprendido por la seguridad que mostraba el vagabundo del que se mantenía distante por si tenía pulgas, no fuera a pasarle algunas de ellas.

—Oye, pobre desgraciado, ¿qué has podido conseguir tú que yo no he podido ni podré? —desafió el magnate mirándolo con ojos cargados de desprecio.

José no se dio prisa alguna en responderle, disfrutando de antemano de la revelación que iba a hacerle. Y finalmente dijo:

—Cuando te parezca bien, pregúntale a Marisa Ventanas quien fue el primer hombre que le hizo el amor y al que ella dijo la había hecho feliz como nunca lo fue antes ni, seguramente, lo sería después.

Realizada esta maldad verídica, José se alejó del sorprendido ricachón que reaccionó gritándole enfurecido y disgustado a más no poder:

—¡Maldito asqueroso, no te creo!

Se dio cuenta de que la gente que pasaba por su lado lo observaba con curiosidad. También el portero del hotel. El vagabundo se alejaba de él, erguido su flaco y desastrado cuerpo, entreabriendo sus labios con postillas una sonrisa malévola. Para quien no valora la riqueza, la riqueza no vale nada.

(Copyright Andrés Fornells)

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