JAMÁS ENTENDERÉ A LAS MUJERES (MICRORRELATO
Yo creía que Pepi y yo estábamos, como se dice en términos vulgares, a partir un piñón los dos. Sobre todo después de una noche en que ambos, con la complicidad de una cama muy acogedora y sólida, nos consumimos igual que una vela prendida por los dos cabos a la vez.
Al despedirnos, con el lucero del alba colgado como si fuera una bombilla cualquiera de un cielo que comenzaba a pintarse de rosa, ella me dijo:
—Amor mío, arde en mí la más intensa llama de pasión que jamás, por hombre alguno, haya ardido en una mujer. Una llama que, para ti, arderá toda una eternidad.
Embelesado le respondí que yo sentía lo mismo por ella.
Dos días más tarde, Pepi se casó con otro del que ella nunca me había hablado. Fue a partir de esta imperdonable conducta suya que yo comencé a repetir, obsesivamente:
—¡Jamás entenderé a las mujeres!
Moraleja: No es justo generalizar, pero lo hacemos y, a menudo tenemos razón de hacerlo.