IMITÉ A ROBIN HOOD (RELATO)
IMITÉ A ROBIN HOOD
(NI COMPASIÓN NI CARIDAD NI PERDÓN)
La temprana muerte de mi padre, ocurrida cuando yo era todavía muy niño, debido a una enfermedad terminal que, sin advertirlo nadie, ni siquiera él mismo, le atacó causan-do su prematura muerte, fui educado por mi madre y mi abuela. Ambas me inculcaron, entre otros principios fundamentales, tener hacia las mujeres un gran respeto y admiración, como el que yo les profesaba a ellas, dos inmejorables ejemplos de bondad, honestidad y altruismo.
Una mañana me hallaba en la pequeña oficina del banco donde había entrado a trabajar, puesto que había ganado en unas reñidas oposiciones, cuando recibí la visita de Asunta, una vecina del mismo bloque de modestos pisos donde vivíamos mi abuela, mi madre y yo.
Asunta era una joven simpática y bastante atractiva, vestida siempre con ropas de marca que lucían favorablemente en ella por ser dueña de un cuerpo muy bien proporcionado y una elegancia innata.
—¿Puedo hacer algo por ti, Asunta? —le pregunté, atento.
Ella tuvo una inmediata reacción que me desconcertó, pues comenzó a llorar en silencio. Sacó de su bolso un pañuelo y fue secando con él sus lágrimas. Impresionado por su repentina demostración de congoja, le repetí la pregunta:
—¿Puedo hacer algo por ti, Asunta?
Tuve que esperar a que remitiera en cierta medida su aflicción para que ella, con voz enronquecida y expresión de honda tristeza me comunicara:
—Jaume, me encuentro en un apuro muy serio y no sé qué hacer. No sé a quién acudir. Estoy desesperada —concluyó esta explicación con un sollozo que sonó como si algo dentro de su bien desarrollado pecho acabara de romperse.
Conmovido abandoné mi mesa y llegado junto a ella la abracé, considerando que estaba necesitada de comprensión y afecto. Entre sollozo y sollozo ella me confesó la grave situación que vivía y la tenía tan profundamente angustiada.
Y compadecido, luego de explicarme Asunta el enorme problema que padecía, le ayudé a solucionarlo prestándole el dinero que precisaba para pagar una deuda que tenía contraída y podía costarle a su familia el desahucio del piso que habitaban. Le ayudé con dinero perteneciente al banco, pues yo no tenía ahorrado el suficiente para cubrir la importante cantidad que ella necesitaba.
El banco me acusó de apropiación indebida, porque como siempre nos había repetido infinidad de veces nuestro director: “Los bancos no conocen ni la compasión ni la caridad ni el perdón”.
Mis apenadas madre y abuela me han comprendido perfectamente cuando les he dicho en la primera visita que me han hecho a la cárcel donde me han recluido:
—Cuando salga de aquí que nadie espere de mí ni compasión ni caridad ni perdón.
Y ambas han reconocido que me dieron una educación muy bien intencionada, pero peligrosa, como ha quedado demostrado, pues la bondad con demasiada frecuencia se enfrenta a abusos y desagradecimientos.
Con esto último hago referencia a Asunta nunca ha venido a visitarme. Asunta ha desparecido. Asunta nunca me devolverá ese dinero que le preste sin que fuera mío. Asusta damnificó considerablemente mi bondad y generosidad.
Seguir el altruista ejemplo de Robin Hood lo castigan con enorme dureza los bancos y sus infalibles asociados: las leyes. Hay ejemplos loables que no recomiendo seguir porque lo que funciona en libros, teatros y cines, no lo hace en la vida normal.