HUIDA (RELATO NEGRO)

HUIDA (RELATO NEGRO)

       Se asegura en ciertos ambientes que las mafias muy poderosas tienen unos tentáculos tan largos, que llegan con ellos a todos los rincones del mundo y encuentran a los que buscan, aunque los buscados se escondan bajo tierra.

         Ese miedo tenía Stella metido en el cuerpo a pesar del nombre falso con el que viajaba y de estar convencida de no haber dejado rastro alguno detrás de ella. A su lado, Kirk, su cómplice en el importante robo que habían realizado en la caja fuerte del capo de la droga, Chino González, no se encontraba menos temeroso que ella. Sin embargo, para no entrar de lleno en un estado de pánico extremo, ninguno de los dos hablaba de lo que estaba sintiendo. Consideraban sumamente importante seguir mostrando valor. Su amor y su codicia debían ser más fuertes que cualquier otra cosa. Habían sabido de sobra a lo que se exponían cuando dieron aquel paso tan peligroso.

De vez en cuando los dos huidos se miraban y ella le regalaba el brillo de sus grandes ojos claros, y forzaba una de sus encantadoras sonrisas. La belleza de Stella creaba en su entorno visibles muestras de admiración. Admiración que después de haberse enamorado de Kirk, a ella la molestaban sobremanera. Y ahora, que se sabían en peligro, la exasperaba llamar la atención.

Exactamente, esto mismo le ocurría a su amante que, de haberse hallado ambos en circunstancias normales se habría encarado con alguno de los que mostraban signos de lujuria hacia la mujer que amaba hasta el punto de estar compartiendo con ella un riesgo mortal.

Alegró a los dos el anunció por los altavoces de que iban a aterrizar dentro de muy pocos minutos, y la advertencia a todos los pasajeros de que tuvieran la amabilidad de permanecer en sus asientos con los cinturones puestos, hasta que les avisara de que podían desabrocharlos.

Con algo de tranquilidad recobrada, Stella y Kirk se cogieron las manos.

—Las balas que llevan nuestros nombres no van a encontrarnos —dijo confiada, la que había sido mujer favorita del Chino González.

—Los brazos de ese cabrón va a quedar demostrado que no son tan largos como él presume tenerlos —reconoció su enamorado, esbozando una sonrisa jactanciosa.

Aterrizó sin novedad el aparato. Los que gustan de premiar con aplausos a los pilotos, les dieron tarea a sus manos. Detenido por fin el avión, los pasajeros fueron recuperando sus bultos de mano. En uno de los dos pertenecientes a Stella y Kirk, bien ocultos dentro de unos jarrones mexicanos preparados para que no pudiera verse su contenido, iban los miles de dólares que se habían llevado de la caja fuerte del capo mafioso y también joyas. Minutos más tarde, ya dentro de las dependencias del aeropuerto, recogieron sus maletas de la cinta transportadora.

A la salida del aeropuerto se les acercó un chofer uniformado cuya gorra llevaba escrito en letras doradas el nombre del hotel que habían reservado.

Los dos huidos se mostraron agradablemente sorprendidos del inesperado buen servicio que procuraba el hotel de segunda categoría escogido por ellos para poder pasar más desapercibidos. Stella y Kirk lo comentaron:

—Excelente servicio el que ofrecen, ¿verdad, cariño?

—Cierto, mi vida. Y eso que no es un hotel de los más caros —convino ella.

Ninguno de los dos reparó en el bulto que abombaba la parte izquierda de la chaqueta del que, habiendo cerrado ya el maletero, acababa de sentarse al volante del vehículo y cuya fría mirada era la propia de los asesinos despiadados.

(Copyright Andrés Fornells)