HISTORIAS ROMÁNTICAS: LA PERRITA "LICHI" IMPUSO SU VOLUNTAD (MICRORRELATO)

lichi

 

 

 

 

 

 

 

Juancho Percha y Lali Monaguillo eran pareja. Llevaban juntos tres años, igual periodo de tiempo que sumaba “Lichi”, la perrita que adquirieron el mismo día que tomaron la ilusionante decisión de vivir juntos, porque cuando un chico y una chica se aman con locura, como era su caso, esto es lo que más desean. Alquilaron un pisito de renta antigua y allí crearon su nidito de amor dentro del que “Lichi” tenía un importantísimo protagonismo, pues era un animal cariñosísimo que tenía embelesados a sus dueños que la colmaban de caricias y sacaban a pasear todos los días.
Juancho trabajaba en un banco por las mañanas y, por las tardes, llevaba la contabilidad de una pequeña empresa de seguros. Lali estaba empleada en una herboristería, tenía el día partido y terminaba su jornada en esta tienda casi a la misma hora en que su enamorado lo hacía en la oficina de su segundo empleo.
Todas las noches, al llegar a casa, “Lichi” loca de felicidad les recibía con enorme alegría. El extraordinario afecto que siempre les demostraba el animal, motivaba que la pareja lo quisiera casi con idolatría.
Después de haber cenado, los tres daban un paseo por el barrio haciendo parada especial en un pequeño parque cercano a su vivienda, donde “Lichi” disfrutaba oliendo mensajes dejados por otros perros y dejando a su vez los suyos en troncos de árboles y pedestales de monumentos.
Luego de haber caminado un rato por allí, Juancho y Lali tomaban asiento en un banco, “Lichi” se tumbaba a los pies de ambos y escuchaba con deleitosa atención la musicalidad que para ella tenían las frases amorosas que la pareja se decía con voz tierna, cambiando besos y halagos propios de las personas profundamente apasionadas.
Hay una canción de la muy admirada y añorada Rocío Jurado que contiene una letra que expone diáfanamente el mal que aqueja a muchas parejas de enamorados ardientes y desenfrenados. Esta conocidísima canción de la desaparecida cantante dice lo siguiente: “Se nos rompió el amor de tanto usarlo. De tanto loco abrazo sin medida. De darnos por completo a cada paso, se nos quedó en las manos un buen día”.
Lo que con el tiempo, finalmente les sucedió a Juancho y a Lina fue un enfriamiento paulatino de su enfebrecida pasión. El placer sexual fue disminuyendo. La ilusión sexual se fue debilitando. La entusiasmo sexual agotando. Y comenzaron a buscar excusas para no batallar en la cama hasta la extenuación, como habían hecho los dos primeros años de su unión. Lali, que nunca los había tenido en anterioridad, comenzó a tener dolores de cabeza que le sirvieron de buena excusa para eludir hacer el amor con Juancho. Él, porque prefería ver un partido de futbol digno de su entusiasmo o tener que madrugar en el banco por inventarios mensuales, le pagaba a su esposa con la misma moneda y escapaba el acoplamiento sexual con ella.
Todo esto les iba distanciando y, debido al sentimiento de culpabilidad que inevitablemente les provocaba, se rehuían la mirada, dejaban de compartir complicidad e intimidades, se cogían muy poco de las manos, se acariciaban todavía menos hasta llegar a un punto en el que se sintieron extraños, a disgusto viviendo justos.
“Lichi” era una perra muy inteligente e intuitiva y por lo tanto se había dado cuenta del enrarecido ambiente que se respiraba en su hogar y sus dueños la tenían muy preocupada y alarmada .
La información dada a Juancho por un amigo de que había visto a Lali con un antiguo compañero de facultad tomando café en un bar, cogidos ambos de las manos en actitud muy íntima, y días más tarde repetir la misma escena en otro bar teniendo como protagonistas a Juancho y una llamativa compañera de trabajo dio pie a los dos desavenidos amantes a tener una fuerte discusión. Una de esas discusiones en las que las lenguas se desmadran y dicen cosas tan ofensivas que hieren profundamente y abren barreras que pueden resultar irreparables.
Esta violenta bronca culminó con la ruptura que ambos llevaban ya cierto tiempo considerando inevitable.
—Se terminó. Tú vive tu vida, que yo viviré la mía.
—Perfecto. Nada mejor podemos hacer.
Empezaron a enumerar las cosas que cada cual se llevaría porque eran suyas. El apartamento Lali lo dejaría a Juancho. Quedaba lejos de su trabajo y tenía una amiga con una habitación libre, que le cedería, y cuya vivienda le quedaba muy cerca de su lugar de trabajo.
—De acuerdo. Yo me quedo el piso. Buscaré a alguien que quiera compartirlo y paguemos a medias el alquiler.
Evitaron todo el tiempo mirarse a los ojos, que habrían delatado la honda pesadumbre que, a pesar de los pesares, esta ruptura les causaba en realidad. Y entonces les toco hacer frente al punto más difícil, el que habían retrasado, expresamente, por considerarlo el más difícil. Lo inició Juancho empleando un tono casual, pero firme:
—“Lichi” me la quedaré yo. A tu amiga Merche creo que no le gustan los animales. Y conmigo no le faltará de nada.
—Mi amiga Merche nunca ha dicho que no le gustan los animales. “Lichi” se vendrá conmigo. Me quiere y la quiero —con absoluta firmeza.
—De eso nada —refrenándose él para no resultar agresivo considerándolo contraproducente—. A “Lichi” la quiero yo tanto como puedas quererla tú, y ella me quiere a mí más.
Los dos perdieron la calma y se enredaron en una agria, violenta discordia que, “Lichi” tumbada debajo de la mesa del tresillo uno de sus lugares favoritos desde el que podía disfrutar la cercanía de ambos y también la visión, les estaba observaba con ojos entristecidos.
Cuando superaron el punto más álgido de una desavenencia que les dejó jadeantes y enronquecidos, les vino el bajón, la forzada calma. Entonces Juancho propuso:
—Con gritos, reproches y decisiones unilaterales no vamos a solucionar nada. Tranquilicémonos. Voy a proponerte algo que considero es lo más justo y sensato. Mira, voy a ponerle la correa a “Lichi” y me la voy a llevar de aquí. Si ella me sigue dócilmente significará que con quien quiere quedarse es conmigo.
—De eso nada —poniéndose en pie rápidamente Lali, agresiva la actitud—. Si la correa se la pongo yo “Lichi” también me seguirá a mí.
Se habían colocado frente a frente. Ahora si se miraban con furia, con antagonismo. La perrita que había permanecido tumbada hasta entonces se desperezó tranquilamente, se situó a espaldas de Juancho e iniciando veloz carrera se lanzó contra él, le hizo perder el equilibrio y caer encima de Lali. A continuación empezó a ladrales, furiosamente, cerca de sus cabezas. La pareja ahora desavenida, nunca la había visto tan furiosa, tan indignada. La pareja en vías de ruptura, apabullada, se registró la mirada, sus rostros a escasos centímetros el uno del otro. Y en el fondo de los ojos descubrieron pesadumbre y la existencia de rescoldos de la devastadora hoguera amorosa que tuvieron antaño.
“Lichi” continuaba ladrándoles con todas sus ganas. Juancho y Lali entendieron lo que el animal les estaba comunicando. Lali fue la primera en exponerlo:
—“Lichi” no quiere que nos separemos.
—¿Y tú? —expresaba avidez el rostro de Juancho.
—Pues casi que tampoco.
—¿No puedes quitar el casi?
Oleadas de ternura recuperada invadían los corazones de ambos.
—A pesar de todo cuanto he dicho y hecho creo que todavía te quiero.
—Yo te sigo queriendo —Lali más contundente que él.
—Yo también.
En cuando iniciaros este dialogo de reconciliación, la perrita había dejado de ladrarles y sus inteligentes ojos les observaban con la complacencia que demuestran los que se han salido con la suya. Y se tumbó para ver con comodidad, como sus dueños hacían el amor con renovada pasión, demostrando que para un amor roto existe la posibilidad de reparación.

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