HISTORIAS ROMÁNTICAS: EL PRÍNCIPE DE EGIPTO, Y AZAHARA EL GRAN AMOR DE SU VIDA (RELATO)
El príncipe de Egipto, hijo primogénito del rey de uno de los imperios más importantes de Oriente, se alzó en armas contra su padre. Era un joven, hermoso, sabio y justo. Los innumerables súbditos descontentos, empobrecidos y maltratados por su progenitor, le siguieron incondicionalmente. Y durante semanas mantuvieron durísimas, terriblemente cruentas batallas contra el muy poderoso, numeroso y bien armado ejército de su déspota padre.
El valor, la capacidad de sacrificio y de sufrimiento de los sublevados les permitió lograr la victoria final. Derrotado el ejército del soberano, se le apresó y encerró en un calabozo.
Pasados unos días, necesarios para restablecer la paz en todo el territorio y ajusticiar a los traidores y verdugos que habían gobernado y ejecutado sin piedad a inocentes bajo el mandato del destronado rey, el príncipe de Egipto visitó, por primera vez desde que terminó la contienda, al hombre que le había dado la vida.
A este rey, la amargura de la derrota le había quitado la arrogancia de la que siempre había hecho gala y, con falsa humildad, le preguntó a su hijo:
—¿Por qué razón alzaste al pueblo contra mí y mi ejército?
Su primogénito le dirigió una mirada en la que se mezclaban la censura y la compasión que le despertaba verlo tan desmejorado y hundido. Y le dijo endureciendo de nuevo su actitud:
—La razón fue que tú ordenaste ejecutar a la única mujer que he amado en mi vida. Y eso ya te dije, nada más enterarme de tu crimen, que no te lo perdonaba.
El soberano abatido, que había pedido su reino, le dio una explicación que creía justificaba su criminal acción:
—Era una simple campesina. No te convenía en absoluto. Yo te tenía preparada una boda con la más hermosa y rica de las princesas de este mundo. Yo pensaba en tu bien y en el bien de vuestra descendencia.
—Eso te ha llevado a la perdición, padre, darle la máxima importancia a la riqueza y ninguna importancia al amor. Por eso nunca nos amaste, ni a mi madre, ni a mis hermanos, ni a mí, ni a tu pueblo.
—¿Qué vas a hacer conmigo? —tembloroso y asustado el monarca destronado.
—¿Qué ves desde la ventana de este calabozo en el que mandé te encerraran?
—Un simple descampado —fue la respuesta que recibió de su interlocutor.
—Pues ahí voy a ordenar, en ese descampado, se edifique el mayor palacio-mausoleo del mundo. Será tan hermoso, tan extraordinario que maravillará al mundo entero. Y dentro de él enterraré el cadáver de mi amada Azahara. Y el castigo que tu recibirás, de por vida, será verlo construir y, cuando esté terminado, presenciar los millones de visitantes que, venidos de todas partes de la tierra admirarán la fabulosa obra que yo habré dedicado a la única mujer que amé, y que podré amar jamás.
Así fue como el príncipe de Egipto consiguió que su nombre y el de su amada siguieran unidos por los siglos de los siglos.
(Copyright Andrés Fornells)