HAY MUJERES QUE TRAEN MALA SUERTE (RELATO)

HAY MUJERES QUE TRAEN MALA SUERTE (RELATO)

Por habérmelo pedido Nati, yo llevaba una semana sin verla ni hablar por teléfono con ella. Inesperadamente, un lunes por la mañana nos encontramos en el banco. Ella se iba ya. Sonrió al verme, evidenciando contento.

—Hola, Nati, si me esperas un momento podemos tomar un café juntos, ¿te parece bien? —le propuse.

Ella consultó su reloj. Temí fuera a decirme que no, pero aceptó mostrando la benevolencia de quien te hace un favor:

—Vale. Pero tendrá que ser un café rápido. Estoy muy ocupada hoy.

No dije nada. La cajera me atendía ya. Llevaba gafas. No le favorecía nada el pelo corto y tieso. Me despechó rápido, mostrando una expresión de apuro que ella explicó a la compañera que acababa de llegar para sustituirla:

—Tengo que ir corriendo al servicio.

—Conozco lo que es eso. Una vez me hice pipi encima —comprensiva la recién llegada.

—Lo mío sería peor.

—Piensa en monstruos que quieren matarte. A mí me funciona —aconsejé a la empleada que había salido corriendo.

No me contestó. La gente no siempre agradece los buenos consejos. Yo recogí el dinero que ella había dejado a mi alcance. Lo metí en un bolsillo y me reuní con Nati.

Ella me dirigió una mirada inquisidora y juzgó:

—No tienes buena cara, Lucas.

—No. Últimamente la felicidad y yo nos mantenemos un tanto distanciados —el tono empleado por mí era de reproche.

Ella esbozó una sonrisa de cruel contento. Caminamos algunos metros sin permitir que nuestros codos se rozaran. Nos sentamos en una terraza. Pedimos las infusiones. La suya con leche, la mía con un chorrito de coñac.

—¿Cómo estás? —le pregunté mirándola amorosamente.

—Bastante bien. Me voy a casar con Joe.

Soltó la bomba sin mirarme, haciendo girar la cucharilla dentro de la taza. Estuve seguro de que sus ojos me ocultaban un brillo malvado.

—Maldición. El domingo lo pasamos entero juntos. Cenamos, bailamos y… lo otro. Se te veía tan dichosa. Luego te llevé hasta tu casa y entonces me dijiste que ibas a tomarte una semana para romper con Joe, que no te llamase porque necesitabas calma para buscar el modo de decírselo y ahora me dices que vas a casarte con él. ¿Por qué? ¿Por qué has cambiado de idea tan de repente? —le reproché, enojado.

—Porque el mismo lunes, mientras cenaba con él en ese restaurante italiano, que también te gusta a ti frecuentar, le dije que me había enamorado de otro hombre. Y no veas lo mal que le sentó. Se puso a llorar como un niño. Todo el mundo nos miraba. El camarero le trajo varios paquetes de servilletas. No he visto nunca a nadie llorar con tanto sentimiento. Media docena de clientes, conmovidos, acudieron junto a nosotros ofreciéndonos su incondicional ayuda.

—Pues vaya numerito —dije displicente, enojado, despectivo.

Fue una reacción errónea la mía. Nati me miró como una mujer amante de los perros miraría a uno que, inesperadamente, acababa de morderle.

—Evidentemente, no tienes corazón, Jere —me acusó—. El pobre Joe lleva una semana llorando y ha tenido tres accidentes de coche. Estoy convencida de que ese es el método que ha escogido para suicidarse. ¿Serías tú capaz de matarte por mí? —desafiante.

Fui totalmente sincero con ella aunque ello estuve convencido de que me perjudicaría:

—Claro que no.

—Lo sabía —soltando ella una risita sarcástica.

—Entonces entre yo y ese suicida, lo has escogido a él —afirmé con amargo convencimiento.

—Claro, se trata de salvar una vida. Y yo soy muy humanitaria —enalteciéndose.

—Muy bien. Vas a hacer dichoso a ese tipo llorón a costa de hacerme desdichado a mí. No es junto.

—Es posible que no lo sea. Pero he hecho algo grande por ti, un enorme sacrificio mío. He convencido a mi amiga Lita, para que salga contigo. A ella le gustas y tú me has dado tu opinión, más de una vez, de que está muy buena. Ella te llamará esta tarde para que el sábado la acompañes a la boda de una prima suya.

—No me gustan las bodas, ya lo sabes.

Yo se lo había comentado así más de una vez.

—¿Quieres que le diga a Lita que espere a que tenga un entierro en la familia para que ella te llame?

—No. Oye, si me pongo ahora mismo a llorar y tengo yo a continuación un accidente de coche dejarás a Joe por mí.

Se indignó.

—¡Pero qué clase de mujer sin corazón crees tú que soy yo, desalmado!

Había levantado la voz y algunas personas de las mesas cercanas a la nuestra se estaban fijando en nosotros. Demostrando que soy un buen perdedor decidí:

—No nos peleemos. De acuerdo con lo que me has propuesto. Cuando tu amiga Lita me llame le diré que iré con ella a esa boda.

Nos terminamos los cafés. Nos levantamos. Adivinando mi intención de besarla en la boca, me besó velozmente una mejilla y escapó a buen paso.

La seguí con la vista. El vestido ligero y estrecho que llevaba puesto resalta su escultural figura. Solté un suspiro dolorosa pérdida.

Recibí la llamada de su amiga estando yo en un garaje donde me estaban reparando el coche con el que acababa de tener un accidente. Le hablé sobre ello y Lita me aseguro, convencida:

—Te conviene no ver nunca más a Nati. Trae mala suerte esa amiga mía. Todos los hombres que tienen algo que ver con ella tienen accidentes. Joe está ahora mismo en una cama de hospital con una pierna y un brazo rotos.

—Tienes razón en lo que dices, Lita. Por discreción y para no hacerla sufrir de celos, nunca te he dicho delante de Nati, que tienes los ojos verdes más hermosos que he visto en toda mi vida, y mira que he visto unos cuantos millones.

—Gracias —sonó muy complacida—. Oye, como trabajo para mi padre y dispongo de cierta libertad, si quieres puedo venir a buscarte al garaje donde te encuentras y llevarte donde tú me digas.

—Eso será maravilloso.

Le di la dirección del lugar donde me encontraba, y la esperé ilusionado. Y empecé a pensar que posiblemente había sido algo muy favorable para mí el que Nati rompiese conmigo. Se corre siempre un gran riesgo manteniendo relaciones con una mujer que tiene mal fario.

(Copyright Andrés Fornells)