FECUNDACIÓN, GESTACIÓN Y PARTO DE UN LIBRO (MICRORRELATO)
Mi amigo Gaspar Molares (le he cambiado el nombre pretendiendo con ello ayudarle a guardar el necesario anonimato), se me quejaba continuamente, con notoria amargura, de la despiadada saña con que lo trataba la vida.
—Lo tengo muy claro, Andrés. Yo vine a este mundo sin traer felicidad alguna en mi desafortunado equipaje. Nada me sale bien. Todos mis bellos sueños acaban convertidos en horribles pesadillas. Negocio que emprendo, ruina segura que consigo. Y en materia amorosa no paro de coleccionar fracasos e infidelidades. ¡Pobre de mí! ¡Compadéceme! Nací perdedor, y perdedor moriré. Y al final resultará que habré pasado por este decepcionante mundo sin haber dejado tras de mí más huella que el blanquecino polvo de mis desdichados huesos. Yo no tengo futuro, y tampoco lo tiene el resto de la humanidad. El sol se apagará muchos millones de años antes de los previstos por los físicos y futurólogos, los polos se derretirán antes de que termine este año, los periodos de lluvia se irán distanciando porque las nubes han comenzado ya a desaparecer y, antes de transcurrida una década, no caerá del cielo ni una sola gota de agua. Los alimentos escasearan y las personas terminarán comiéndose las unas a las otras. Por todo esto, cuando veo niños que lloran y sufren, dudo de que les merezca la pena crecer y llegar a ser hombres. A mí, personalmente, no me lo ha merecido.
Con el tiempo llegó mi amigo Gaspar a un estado de depresión tan acusado que temí muy seriamente por su salud física y mental.
Porque era mi amigo y yo le quería bien, su terrible estado anímico me tenía hondamente preocupado y apenado. Y por mi parte realicé ímprobos esfuerzos para sacarlo del horrendo y fatídico pozo donde él había caído empujado por su negativa voluntad. Me esforcé en hacerle ver el mundo como lo veo yo, con ojos optimistas. Le repetí hasta la saciedad que la vida es un don supremo que merece lo amemos con todas nuestras fuerzas y nuestros sentidos. Que debe llenarnos de gozo y emoción la extraordinaria belleza que nos rodea. Y disfrutar, y extasiarnos con esas prodigiosas maravillas que tenemos siempre a nuestro alcance: el sol, las estrellas, las flores, los admirables paisajes. No le mencioné la misteriosa, sublime hermosura que poseen la gran mayoría de las mujeres, porque era la traición de una de ellas, que lo había llevado, sobre la sucia vagoneta de la desesperación hasta el borde del abismo y metido en el alma las ganas de arrojarse hasta el fondo de él.
—Deberías procurar ser más sensato —rematé mi bien intencionado sermón—. Buscar cura para tu espíritu enfermo. Buscar remedio para tus males en alguna religión. Preocuparte menos por las cosas terrenales y bastante más por la salvación de tu afligida alma. Practicar la bondad, la tolerancia, la misericordia, te ayudará a vivir con resignación y a experimentar amor por tu prójimo y por ti mismo. Lástimas y penas compartidas, pesan bastante menos y se hacen infinitamente más llevaderas.
Agitó con obstinación su despeluzada cabeza, con hebras grises en las sienes indicadoras de que la flor de la juventud, el paso del tiempo, se la estaba marchitando sin consideración ninguna.
—Nada ni nadie puede ayudarme, amigo mío. Mi corazón es como una larga alfombra que, después de haberla pisoteado tantos y tantos desalmados, me la han dejado inservible —sentenció en el colmo del pesimismo—. Andrés, he llegado ya al tristísimo punto de haber suprimido todos mis deseos, para así evitar llevarme nuevos y devastadores desengaños. La vida se me ha convertido en una carga tan pesada e inútil, que mi mayor alivio será librarme de ella cuanto antes. Ha llegado a un punto mi existencia, que por mi desdichado y consumido cuerpo transita ya, como única y exclusiva viajera, la tristeza. Gracias por tus buenas, pero ineficaces intenciones, amigo mío. No puedo buscar ayuda en la religión, porque me es imposible creer en ninguna. Se basan todas ellas en la fantasía y la falsedad. ¿Cómo voy a creer en dioses que anotan las malas y las buenas acciones de las personas, para luego premiarlas o castigarlas según sus normas, todas ellas sádicas e injustas? Normas que hasta el más tonto puede darse cuenta de que han sido dictadas por humanos. Por humanos y, encima, por humanos con muy mala leche en sus entrañas. En fin, amigo mío, que el saldo de mi vida es tan negativo, que ya es hora de cerrar la cuenta para siempre. En este mundo estoy de más
De repente, en el génesis de mi cerebro se hizo la luz, que es lo mismo que decir que surgió de donde un momento antes existía absoluta oscuridad, una idea que califiqué de luminosa.
—Gaspar, amigo del alma, acabo de dar con la solución a tus problemas, amarguras y desencantos. Voy a escribir una novela en la que tú serás el protagonista principal, el héroe. Y en esta novela te saldrán más cosas bien, que mal. En esta novela conocerás la magia, el amor, la felicidad y otros maravillosos sentimientos que hasta ahora te pasaron de largo, como cometas que no pertenecían a tu misma órbita. ¿Qué te parece mi loable propósito?
Gaspar quedó paralizado durante un rato largo, observándome entre sorprendido, incrédulo y compasivo.
—Te has vuelto loco —sentenció por fin, un brillo de lástima en su patética mirada —. ¿Cómo puede influir favorablemente en mi vida el que me conviertas en un personaje de ficción?
— ¿Cómo puede colgar el sol sin que nada lo sujete, y no caerse?, me preguntaste una vez cuando éramos chicos. ¿Te acuerdas?
—Sí, y tardaste semanas en hacérmelo comprender.
—Bueno, pues ahora ten un poco más de paciencia, pues tardaré algunos meses en escribir ese libro. Cuando lo termine y puedas leerlo, entenderás con mayor claridad por qué debes seguir tú colgado de tu vida, por muy inútil y carente de importancia que la encuentres ahora.
—Vale, vale. Tendré un poco de paciencia. Y la tendré únicamente por la estrecha y sincera amistad que nos ha unido durante tantos años —me concedió al final.
El libro lo terminé a principios de este año. Convertí a mi amigo Gaspar Molares en un tierno, entrañable personaje y, desde entonces, le sobran mujeres hermosas dispuestas a hacerle tan feliz como él desea. Y es que en este mundo tan influenciado por los medios de comunicación, un poco de publicidad obra milagros. Por eso, comprendan ustedes que les recomiende comprar y leer mi libro: DIEGO EGARA, DETECTIVE.
Un millón de gracias, amables y generosos lectores. Espero no decepcionarles y conseguir provocarles, con su lectura, alguna que otra sonrisa.