ESOS MOMENTOS FELICES (RELATO)

ESOS MOMENTOS FELICES (RELATO)

ESOS MOMENTOS FELICES

(Copyright Andrés Fornells)

Queridos amigos, cuando os abrumen los problemas, las angustias de vuestra vida actual, detened un momento vuestra actividad. Procuraos un pequeño respiro. Registrad en el archivo de vuestros recuerdos y escoged alguno de ellos en el que fuisteis sencilla y plenamente felices.

Yo escojo alguno de mi niñez. Por ejemplo, una tarde de verano. Es día festivo. Un leve descenso en la temperatura convierte en menos agobiante el bochorno ambiental.

Mi padre, mi madre y yo salimos a la calle. Vamos a darnos un paseo. Estamos contentos. Sentimos el gozo de vivir. Caminamos sin prisa alguna. Yo en medio. Me llevan cogido cada uno de una mano. Confiado en que no me soltarán pido:

—¡Arriba conmigo!

Ellos ríen, elevan sus brazos, mis pies no tocas más el suelo. Encojo las piernas y dos metros más lejos poso los pies, de nuevo en el suelo.

Excitado por este ejercicio pido:

—¡Quiero volar! ¡Quiero volar!

Ellos entonces mueven la cabeza. Una expresión divertida en sus rostros. Un brillo amoroso n sus ojos, colocan una mano debajo de cada una de mis axilas y me alzan en el aire a más de un metro de altura. Yo lanzo una estentórea exclamación de júbilo. Me siento inmensamente feliz. También se sienten así ellos viendo que yo lo soy.

Ellos se cansan antes que yo. Me dejan de nuevo en el suelo. Mi madre observa, jadeante:

—Cada vez pesas más, hijo.

—Sí, y un día, sin habernos dado casi cuenta, será ya un hombre —mi padre, como si esto lo inquietase.

Llegamos al puesto callejero de las sandias y los melones. El vendedor es un hombre gordo, risueño, amistoso:

—Este año las sandías y los melones me han salido más dulces y melosos que ningún año anterior. Enseguida me darán la razón.

Padre le compra tres tajadas de sandía. El vendedor espera a que les demos el primer bocado.

—¿Está riquísima o no la sandía? —interroga convencido de cual será nuestra respuesta.

Nuestra respuesta es afirmativa y agradecida. Nos comemos las tajadas allí. Otra gente nos imita. Una vez terminadas tiramos las cascaras en un barril que el hombre del puesto tiene colocado para este menester.

Madre saca de su bolso un pañuelo y limpia con él mi cara mojada. Se ríe. Le hacen gracia mis cómicas muecas. También mi padre muestra hilaridad. Sin duda alguna nos sentimos felices.

—Pequeño payaso —manifiesta él con ternura.

Yo suspiro muy hondo. Es como si la inmensa dicha que siento me produjera un delicioso ahogo.

Regreso a la realidad y afronto mis preocupaciones con un ánimo renovado. He sido mi propio terapeuta psicológico. No os abruméis. También vosotros podéis ser vuestro terapeuta psicológico.

A menudo, la vida es menos dura de lo que un juicio pesimista nos la hace parecer. Nada pierde uno tratando de ser animoso, y algo sí puede ganar.

En todo caso, este escrito mío lo ha impulsado una buena intención. Y aunque hay un dicho que pregona está el infierno lleno de buenas intenciones, es bueno creer que puede haber igual cantidad de ellas en el cielo.

Read more