ESE SILENCIOSO PRIMER AMOR (MICRORRELATO)

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De mi casa a la suya había justo 391 pasos. Los había contado infinidad de veces. Escondido en un portal, protegido por la oscuridad de la noche, yo esperaba el tiempo que hiciera falta para poder verla a la luz de una farola cercana, cuando ella llegara de la academia de inglés a la que asistía, acompañada siempre de su hermana mayor.
Yo no iba a la iglesia (mi familia no era creyente, la suya sí lo era), pero los domingos por la mañana a la misa de doce me apostaba cerca de la entrada del tempo para poder contemplarla desde la distancia. Estaba todavía más hermosa vestida con otras ropas diferentes al uni-forme azul oscuro que llevaban las niñas del colegio de monjas al que ella asistía.
A veces tenía la dicha de que ella me dirigiese una mirada indiferente. Una mirada indiferente que para mí, viniendo de su persona, tontamente me alegraba el corazón.
Su padre era militar. Lo destinaron a otra ciudad y se llevó a toda la familia con él. Y yo arrastré mucho tiempo el pesar de que ella se hubiese quedado sin saber hasta qué punto yo la amaba y lo mucho que sufrí por su pérdida.
A ciertas edades está muy descompensada la capacidad de amar con el coraje de manifestarlo. A ciertas edades una nimiedad puede ser una tragedia. A ciertas edades se puede amar infinitamente más de lo que se debiera. A ciertas edades se aprende, demasiado pronto, que el amor y el dolor, a menudo, caminan juntos.

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