ELLA Y EL TERROR (RELATO DE TERROR)

ELLA Y EL TERROR (RELATO DE TERROR)

La joven Milena López trabajaba en una fábrica de confección. Terminaba su jornada laboral a las doce de la noche. Vivía en un barrio pobre y mal alumbrado. En cuanto caían las primeras sombras de la noche las calles de ese barrio quedaban desiertas. Un hombre muerto recientemente, de una cuchillada, encontrado una mañana mantenía atemorizada a su gente.

Milena caminaba hacia su casa presurosa y con miedo. De pronto, una especie de ronquido espeluznante la sobresaltó. Dirigió la vista hacia el lugar donde éste se había producido y el terror heló su sangre y paralizó su cuerpo. A menos de cuatro metros de ella había surgido una boca enorme, una boca tan grande como una furgoneta. Amenazadora e inmóvil en aquel momento. Sus labios eran intensamente rojos y dejaban entrever unos dientes inmaculadamente blancos.

Milena trató de huir. De tanto como temblaban sus piernas, se le doblaban. A trompicones consiguió alejarse algunos pasos. La boca soltó un gruñido atronador y avanzó hacia ella. Cuando la tuvo casi encima, convencida la joven de que aquella espantosa, colosal boca iba a devorarla, comenzó a golpearla, desesperadamente, con su bolso.

Logró que sangraran aquellos gruesos labios que, finalmente, apresaron su bolso y lo engulleron. De esa aterradora boca salió entonces una bocanada de aire tan fétido que a la pobre Milena se le revolvieron las tripas. Aterrada, gritó pidiendo ayuda con la poca voz que pudo emitir su garganta atorada por el pánico. Intentaba aún mantener viva la esperanza de que algún vecino la escuchase y le prestara ayuda.

Los colosales labios, húmedos, ensangrentados y pegajosos la inmovilizaron. Milena lanzó un nuevo alarido de terror, mientras sus ojos se desorbitaban y todo su cuerpo temblaba como si lo estuviese sacudiendo un huracán.

Del interior de la horripilante boca salió una lengua negra, babeante, escamosa. La lengua capturó a la pobre joven con la baba verde que segregaba. Y lo último que Milena sintió antes de verse precipitada por un túnel negro e infinito fue que se asfixiaba irremediablemente. Después dejo de sentir, de vivir.

La boca asesina, a continuación, se desintegró en el aire quedando a la espera, en el misterio inexplicable, a que le entrase hambre de nuevo, para recomponerse de nuevo y devorar otra víctima que le permitiese eternizarse como otros muchos monstruos que poseen el terrible don de dejar de ser y, cuando les conviene, ser de nuevo.

La calle recobró su tétrico, cómplice silencio. Las farolas siguieron pintando claridades y sombras, testigos mudos que nunca desvelaban los misterios terroríficos que habitan otros mundos que los humanos desconocen y, sin conocerlos, temen.

(Copyright Andrés Fornells)

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