ELLA LO LLAMÓ DESDE EL AEROPUERTO (RELATO)
ELLA LO LLAMÓ DESDE EL AEROPUERTO
(Copyright Andrés Fornells)
(Para todos la/os que se ha enamorado locamente alguna vez)
Sonó el teléfono fijo que él tenía instalado en el salón. Lo descolgó y una voz femenina que le resultó familiar dijo:
—¿Eres Juan?
—Sí. ¿Quién me llama?
—Merche?
—Perdona, pero no caigo —desconcertado.
—Merche López. ¿Ya te has olvidado de mí?
A él se le desbocó el corazón. Un temblor emocionado lo recorrió entero. Sintió que estaban a punto de doblársele las rodillas. Tuvo que cogerse, con la mano que no sujetaba el teléfono, al respaldo del sofá.
—No te he olvidado. Desapareciste de mi vida hace tres años y no había vuelto a saber de ti —apenas consiguió él imprimir reproche a su tartamudeante voz.
—Cierto. Tú tenías demasiadas ganas de casarte y yo no tenía ninguna. ¿Sigues soltero?
—Sí, ¿y tú?
—¿Puedes venir a buscarme al aeropuerto? Quiero verte.
—¿En qué terminal estás?
Merche se lo dijo y él, con un nerviosismo que contrastaba con la calma que aparentemente mostraba ella, la comunicó que salía de inmediato hacia el aeropuerto.
Se abrazaron nada más verse. Admirado, estremeciéndose de excitación, Juan la dijo que estaba más hermosa que nunca.
—Bueno a ti también te ha mejorado el paso del tiempo —rio ella, encantada, coqueta.
Merche, siempre más decidida que Juan lo cogió de la mano, toda sonrisas, seductores los movimientos de su cuerpo notoriamente voluptuoso, mientras se dirigían al aparcamiento. La gente se volvía a mirarla. Llamaba la atención su impactante feminidad. Juan lo aceptó resignado, paciente, porque siempre había sido así con ella.
No volvieron a hablar hasta estar sentados dentro del coche. Entonces él la preguntó dónde quería ella que la llevase.
—¿Puedes llevarme a tu casa?
A Juan, la emoción por lo que podían significar las palabras de ella le desnivelaron los sentimientos.
—Claro, claro —logró balbucir.
Merche le colocó una mano en el muslo mientras él maniobraba, y allí la mantuvo todo el tiempo, quieta, transmitiéndole su excitante calor. Finalmente Juan le hizo la pregunta que le oprimía la garganta todo el tiempo:
—¿Qué has estado haciendo durante estos interminables tres años?
—Algo que siempre me había hecho mucha ilusión: trabajar de stripper.
—¿Por qué? —desagradablemente sorprendido, escandalizado.
—¿Recuerdas lo patéticamente tímida que era? —no esperó la reacción de él y añadió—. Necesitaba librarme de esa penosa timidez. Y lo conseguí plenamente.
—A costa de que te vieran desnuda miles de personas, ¿verdad? —mortificado, celoso.
—No me importaron esos ojos. Me autosugestionaba pensando que eran los tuyos y me gustaba.
—¡Dios mío, qué loca eres! ¿Qué piensas hacer ahora?
Ella giró la cabeza hacia él y besándole en la mejilla dijo ilusionada:
—Desnudarme solo para ti. Por eso he vuelto. ¿Quieres tú que sea así?
A Juan se le salió el alma en un suspiro y confesó:
—Te sigo queriendo, y, hagas lo que hagas, te seguiré queriendo mientras viva. Lo mío no tiene remedio.
—Lo sé, mi vida. Por eso he vuelto junto a ti.
Él no pudo esperar más. Aparcó el coche junto a la cuneta y ambos se dieron arrebatada parte de los besos que no se habían podido dar durante aquel largo periodo de tiempo en que estuvieron separados.