ELLA ERA UNA HADA Y NO LO SABÍA (RELATO)

ELLA ERA UNA HADA Y NO LO SABÍA (RELATO)

ELLA ERA UNA HADA Y NO LO SABÍA

Un chico y una chica se conocieron en un baile. Los dos eran fantasiosos. Empezaron a tontear. Él la piropeó. Ella fingió que no le gustaba ser piropeada.

—Oye, no seas tan pesado. Tan repetitivo. Deja ya de adularme. De decirme que mis ojos son hermosos y brillantes como estrellas y mis labios seguro que saben a miel. Cuéntame alguna cosa interesante.

—¿Tú has oído hablar de las hadas de los bosques?

—Pues claro. De niña me encantaban los cuentos de hadas. Los leía asiduamente.

—Bien, verás que me ocurrió una vez. Cierta mañana de primavera, esa época del año que prefieren las flores para mostrarse más bonitas que nunca, me había adentrado yo por un tupido bosque cuando, de repente, de detrás de una gran mata de romero salió una hada y, viéndola, quedé embelesado por lo hermosísima que era. Ella detenida a dos pasos de mí, con sus alas plegadas me dedicó una sonrisa subyugadora y me dijo con voz comparable al tañido de un arpa celestial:

—Has cometido un enorme error al llegar hasta mí. Sin tú pretenderlo me has devuelto la sonrisa y ahora, por esa razón ya no podrás amar a ninguna mujer.  Solo podrás amarme a mí.

—¡Qué rollo! Eso que acabas de contarme nunca te ha sucedido —rechazó la chica con un gracioso barrido de su mano.

—Sí me ha sucedido. Me ha sucedido en el momento de conocerte. Ahora que te he conocido, solo te podré amar a ti.

—Oye, eres un tramposo, pero me gustas.

—Algo es algo. ¿Quieres librarme del sortilegio del hada aquella?

—Supongamos que quiero. ¿Qué es lo que tengo que hacer? —empezando a coquetear la chica que, de niña, leía historias de hadas.

—Tienes que hacer algo muy sencillo. Como yo soy más alto que tú, tienes que ponerte de puntillas y darme un beso en los labios.

Su interlocutora se rio. En su risa se mezclaban la tentación y la excitación que le despertaba el supuesto sufridor de un sortilegio.

—Mira que eres descarado. El cuento tan tonto que me acabas de meter. Bueno, en todo caso, si yo me decidiese, sería un beso muy pequeñito, ¿eh?

—Todo lo pequeño que tú quieras. Seguro que servirá. Siento que servirá —juntando los labios en el centro de su boca.

Ella se acercó a él, se puso de puntillas y su boca alcanzó la boca de él. Y entonces se produjo un doble sortilegio. Este contacto les gustó tanto a los dos que se estuvieron besando, apasionadamente, más de un cuarto de hora.

Cuando se separaron en los ojos de ambos había el mismo brillo mágico.

En adelante él ya no pudo besar a ninguna otra chica, y ella experimentó que era maravilloso sentirse convertida en hada prodigiosa.

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