UN NIÑO CON UN DON QUE NADIE MÁS POSEÍA (MICRORRELATO)
(Copyright Andrés Fornells)
Faustina Lobilla era una mujer que, cuando conversaba con sus amigas, acostumbraba lamentarse:
—Soy una pobre mujer insignificante. Nunca me ha sucedido nada favorable. Más bien todo lo contrario. Tengo un hijo de un hombre que, tras dejarme embarazada, huyó de mí en cuanto le dije el estado en que me encontraba, principalmente por su culpa, y al que jamás he vuelto a ver.
—No deberías quejarte tanto —le decían sus amigas—. Has tenido un hijo sano y no feo del todo. Muchas son las mujeres que quisieran estar en tu situación, y no pueden.
—Decir que mi hijo Juanín no es feo, es faltar a la verdad en aras de la caridad —respondía la mujer eternamente quejosa.
En verdad, no le faltaba razón en lo que decía. Su hijo poseía las extremidades inferiores mucho más cortas de lo habitual, y las extremidades superiores, por el contrario, bastante más largas de lo que suelen ser en la mayoría de las personas. Luego estaban las facciones de su cara que tenía forma de triangulo isósceles. Dentro de esa cara, repartidos, un poco de cualquier manera, dos ojos pequeños como guisantes, una boca alargada como una habichuela, un pellizco de nariz y unas orejas de soplillo.
A Juanín, los chiquillos de su barrio le estuvieron haciendo burla y escarnio hasta que cumplió los ocho años. Al llegar a esa edad, con la largura y fuerza que tenían sus brazos, y el exagerado tamaño de sus manos, a base de contundentes bofetadas y guantazos se ganó, a la fuerza, el respeto y el temor de cuantos se habían burlado anteriormente de él, y, precavidos, dejaron de hacerlo.
Un día, en el jardincito de su vieja y deslucida casita adosada donde vivía con su madre, Juanín vio, tonteando con el aire, a una mariposa que le maravilló por la extraordinaria belleza que poseían sus alas. Quiso verlas de más cerca y se le ocurrió algo que cualquier persona considerada sensata habría estimado una insensatez.
—Mariposa, ven y ponte aquí en mi mano que quiero ver de más cerca lo bonita que eres.
Y para sorpresa suya, pues había expresado un deseo que, en el fondo no creía pudiera convertirse en realidad, la mariposa, inmediatamente, posó sus finas patitas encima del dedo corazón de su mano tendida. Juanín la contempló durante un buen rato, brillantes de admiración sus ojillos como guisantes y, finalmente, dijo por su boca de habichuela:
—Puedes marcharte ya, mariposilla. Yo, en tu lugar, me sentiría muy orgullosa de ser tan bonita.
Inmediatamente la mariposa realizó un círculo en el aire, por encima de su cabeza y se alejó. Juanín, que no era ningún fantasioso, pensó que lo sucedido había sido una absoluta casualidad. Sin embargo, al día siguiente, vio otra mariposa, la llamó y ella acudió a su llamada y se paró en su mano. Repitió esta operación varias veces más con diferentes lepidópteros logrando el mismo exitoso resultado.
—¡Es asombroso! —exclamaba maravillado—. Puedo hacer lo que no puede hacer nadie más.
A su incrédula madre le hizo una demostración de su extraordinario poder de comunicación, y ella fue privilegiado y perplejo testigo de los asombrosos poderes que atesoraba su hijo.
Pasaron algunos años, Faustina Lobilla, la mujer que siempre se había quejado de su mala suerte, presumió, en adelante, de su buena suerte. Tenía un hijo que le había dado una existencia regalada, pues ganaba mucho dinero trabajando en un circo. Un hijo que había adquirido fama mundial e incluso había intervenido en una película explotando el increíble don de que le entendieran y obedecieran las mariposas, y realizaran para él espectaculares acciones como pasar por el centro de un aro o formar, encadenándose varias de ellas en el aire, preciosos, multicolores corazones.
Y ahora les revelaré un secreto. Escribí este cuento corto con la intención de consolar a mí madre, por haberle salido yo bastante feo. Cuando mi madre leyó este breve relato me dijo lo muy equivocado que estaba con respecto a ella, pues desde el instante mismo en que me trajo al mundo me vio guapísimo y seguía viendome igual.