DOS VIEJAS ENTRADAS DE CINE (RELATO)
DOS VIEJAS ENTRADAS DE CINE
(Copyright Andrés Fornells)
Echar la vista atrás tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Porque las evocaciones que recuperamos del pasado pueden provocarnos alegrías exultantes o tristezas deprimentes.
Un par de días atrás mi familia y yo cambiamos de casa. Mientras metíamos en cajas todo cuanto pensábamos llevarnos a nuestra nueva vivienda, de un libro que llevaba una eternidad sin releerlo cayeron dos entradas de cine que llevaban allí dentro, averigüé al mirar la fecha marcada en ellas y el nombre de la sala: Cinefama, nada menos que dieciocho años atrás.
Mi mente realizó un veloz viaje al pasado y mis labios, muy quedo, emitieron un nombre:
—Marta...
Marta era pecosa, vivaracha, alegre y guapa. Muy guapa. Debido a estas cualidades suyas la mitad de los chicos del instituto queríamos salir con ella. Un viernes, con voz temblorosa y mirada suplicante la invité al cine:
—He conseguido dos entradas para ver esa película que echan en Cinefama, la película que ha conseguido ocho Oscars. ¿Quieres que la veamos juntos?
Marta había aprendido ya, tan joven como era, todas las artes femeninas que tan útiles les son a ellas para dominar y seducir a los varones. Fingió pensarlo, tener dudas, mantenerme un tiempo sobre ascuas para finalmente conceder:
—Vale, veremos esa película juntos. Dime a qué hora y dónde nos reuniremos.
Temblando de emoción, sintiéndome el más afortunado de los mortales, le dije que podíamos reunirnos a las cinco en la Plaza de las Columnas situada a muy pocos metros del cine.
—Odio la falta de puntualidad —me advirtió, severa—. Si llegas cinco minutos tarde no me encontrarás.
—Estaré allí media hora antes de la hora acordada —le aseguré exultante de felicidad.
Tan exultante, indiscreto y fanfarrón estaba yo que les dije a mis mejores amigos —todos ellos locos por ligarse a Marta—, que ella y yo íbamos a ir juntos al cine. Los muy granujas intentaron, mientras jugaba una partida al billar con ellos, distraerme para que no estuviera pendiente de la hora y llegara yo tarde a mi cita. No lo consiguieron. Cogí mi chaqueta que había mantenido colgada de un perchero, dije adiós riéndome de ellos y salí disparado hacia la Plaza de Las Columnas.
Cinco minutos antes de lo acordado por ambos, llegó Marta. Estaba guapísima. Llevaba puesta una blusa de color rosa y una falda acampanada de color azul. El cinturón lo llevaba tan apretado que la dejaba una cinturita inverosímilmente estrecha.
La saludé mostrando una sonrisa de oreja a oreja. Mi corazón atronando. Ella me devolvió el saludo, pero no la sonrisa. Quizás al verme tan interesado por ella, reaccionara experimentando desinterés por mi persona. La adolescencia se caracteriza por lo contradictorio, lo desconcertante, lo instintivo sobre lo racional.
Había cola en la entrada del cine. Daba de lleno el sol. Este hecho unido al calor que me producía mi estado nervioso motivó que mi frente se cubriera de sudor. Yo solía llevar siempre un pañuelo conmigo. Me tenté los bolsillos de la chaqueta. Algo abultaba en el bolsillo derecho. Metí mi mano y no fue un pañuelo lo que saqué si no unas braguitas negras, muy finas, casi transparentes y con puntillitas. Un primor de prenda.
Marta quedó paralizada por la sorpresa. También yo. Un coro de carcajadas burlonas estalló en torno nuestro. A Marta, el rostro se le incendió. Sus ojos me fulminaron. Yo me había quedado mudo de asombro y horror.
Ella reaccionó por fin. Me arreó en toda la cara la mayor bofetada que yo recibí jamás de una mano femenina. Después de pegarme, ella se alejó veloz, furiosísima.
Yo tardé un tiempo en explicarme lo sucedido. Y era que mientras jugábamos al billar uno de mis amigos me había gastado la broma de meter aquella prenda íntima femenina en un bolsillo de mi chaqueta.
Un día, en el recreo, le conté a Marta que lo de las bragas en mi bolsillo había sido una broma que me habían gastado mis amigos. Ella encogió los hombros y, altiva dijo:
—No me interesa nada de ti.
Tampoco a mí me interesó nada de ella. Después de haberme pegado ella en la puerta del cine, la aborrecí.
Años más tarde Marta se casó con un exitoso arquitecto y todo el mundo sabe que él le es infiel. Nunca me he alegrado de los desaciertos de otros.
Debido a que vivimos en la misma ciudad, Marta y yo nos vemos de vez en cuando en lugares como los grandes almacenes y algún evento deportivo, pues ella tiene un chico de la edad del chico mío y juegan al futbol en el mismo equipo infantil.
Nunca hemos vuelto a hablar sobre nuestro pasado. No sé si ella habrá olvidado que me pegó en la puerta de un cine. Yo, después de pasado mucho tiempo lo he recordado hoy.
Quedé un momento indeciso con las dos antiguas entradas de cine en mi mano. Finalmente, las eché al cubo de la basura. Hay sucesos de nuestro pasado que no merecen acabar en otro sitio mejor.