DOS SOLDADOS HACEN PRESO A UN EJÉRCITO (RELATO)

DOS SOLDADOS HACEN PRESO A UN EJÉRCITO (RELATO)

DOS SOLDADOS HACEN PRESO A UN EJÉRCITO

(Copyright Andrés Fornells)

Un soldado cabo y un soldado raso caminaban dando muestras de agotamiento por un bosque, los dos armados con fusiles. Iban desolados, sucios y hambrientos.

El día anterior, los dos habían tomado parte en una batalla tan cruenta y mortífera que de todo su ejército ellos dos eran los únicos que continuaban con vida.

De pronto escucharon voces. Tomando muchas precauciones, ocultándose todo el tiempo, avanzaron hasta llegar a un claro que había entre la arboleda. Ocultándose para no ser descubiertos, vieron que había allí un buen número de soldados enemigos sentados en círculo y llorando.

El soldado cabo y el soldado raso cambiaron una mirada de sorpresa.

—¿Qué hacemos? —susurró el primero al segundo.

—Pues pedirles que se rindan, es nuestro deber.

—Pero si ellos son muchísimos más que nosotros —argumento su subordinado.

—Sí, pero nosotros no estamos llorando y eso nos hace superiores a ellos.

—Nosotros no lloramos más porque hemos terminado todas las lágrimas que teníamos reunidas desde la infancia.

—Cierto, pero ellos no los saben y, además, por lo que estamos viendo, les quedan todavía muchas lágrimas por derramar.

—De acuerdo. Vamos a por ellos.

El soldado cabo y el soldado raso salieron de detrás de su escondite y apuntándoles con sus fusiles les gritaron a los llorones, con voz extremadamente amenazadora:

—¡Manos arriba! Al primero que ofrezca resistencia nos lo cargamos.

Aquel enorme grupo de soldados enemigos levantó, desde el primero al último, sus manos al cielo.

—Sois sensatos —aprobó el soldado cabo.

—Y por ser sensatos vais a salvar vuestra vida —remató el soldado raso muy crecido ante las muestras de pacifismo que demostraban los enemigos.

—¿Por qué estabais llorando? —quiso saber el soldado cabo, que siempre había sido muy curioso.

—Lloramos por nuestros camaradas muertos, lloramos por los camaradas vuestros que hemos matado, lloramos porque odiamos la guerra y lloramos porque queremos volvernos a casa con nuestra familia y vivir en paz el resto de nuestra vida —les respondió un coro de voces.

—También nosotros odiamos la guerra y queremos volvernos a casa y vivir en paz, con nuestra familia, el resto de nuestra vida. Soltad las armas, os haremos prisioneros y nos volveremos todos para casa y así nadie más morirá.

—Ninguno de nosotros quería coger las armas —explicó un oficial enemigo—. Nos obligaron a cogerlas, pues de habernos negado a ello nos habrían fusilado y, morir por morir, yendo a la guerra teníamos una pequeña posibilidad de salvarnos.

Cuando todos había dejado sus armas y puesto de pie, el soldado cabo preguntó:

—¿Alguno de vosotros sabe cómo volver a casa?

Varios de los soldados que se habían rendido aseguraron saberlo.

—Muy bien, pues vosotros iréis delante. ¡En marcha!

Y entonces, los soldados que acababan de rendirse y sus captores, unidos por un mismo sentimiento, abandonaron el campo de batalla cantando una misma canción que pronto, los que no la sabían, la aprendieron de los que sí la sabían:

Yo tenía un camarada, no encontrarás otro mejor. (Ich hatt’ einen Kameraden. Einen bessern findst du nicht).

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