DONDE LAS DAN, LAS TOMAN (RELATO)

DONDE LAS DAN, LAS TOMAN (RELATO)

Ruperto Dosmondas, concejal del ayuntamiento del pueblo Miraquebonito, tenía un perro con pedigrí al que por la forma, interpretada por él graciosa de mover su rabo, le puso de nombre Simpático. Simpático cogió la costumbre de ir, siempre que le entraban ganas, hasta la puerta de la casa de Agustín Calatraca, levantaba una pata y dejaba allí escrito un mensaje para que pudieran leerlo todos aquellos de su misma especie que les diese la gana de leerlo.

Según el parecer de Agustín Calatraca que era dueño de una huerta y de un burro llamado debido a que su asnal cara tenía siempre la expresión de alguien que se ha quedado sin su madre querida, interpretaba que los mensajes de Simpático olían mal y además perjudicaban a la madera de la puerta donde los dejaba.

Un día terminada su paciencia, paciencia que su mujer juzgaba era corta, por las continuas discusiones que ambos tenían por querer ella tanto a hermana Elvira, que se pasaba más horas en la casa de aquella que en la suya propia, fue a ver a Ruperto Dosmondas y le dijo:

—Vecino, estoy hasta los mismos de que tu perro venga varias veces todos los días a mear a la puerta de mi casa y la pobre puerta huele tan mal, que echa para atrás. Regaña a tu perro, dile que no lo vuelva a hacer más.  Díselo porque estoy empezando a cabrearme y, cuando me cabreo, no pienso cosa buena.

El concejal del ayuntamiento tenía al agreste por palurdo y tonto, y actuó en consecuencia, pues le respondió, socarrón:

—Yo lo regaño a mi perro, vecino, le digo que no orine en la puerta tuya, pero como es un animal parece que no me entiende.

—De acuerdo. Reconozco que los animales, por serlo, no entienden el lenguaje de los humanos y no sirve de nada regáñalos. Buena noche vamos a tener. Con luna llena y todo. 

—Una luna tan bien amarrada, que no se va a caer del cielo —riéndose, burlón, el que tenía un puesto de ganduleo en la casa consistorial.

Al día siguiente el burro de Agustín Calatraca, cuyo organismo tenía la particularidad de, después de darle de comer su dueño una naranja evacuar diez minutos más tarde, soltó una veintena de verdosas y malolientes bolas delante de la puerta de la casa de Ruperto Dosmondas.  

El concejal del ayuntamiento, indignadísimo, fue a quejarse al agricultor:

—Oye, vecino, dile a tu burro que haga sus necesidades en otra parte y no en el portal de mi casa, porque apestan muchísimo.

—Se lo diré, pero no va a hacerme caso, vecino, es un animal y ya sabes que los animales no entienden nuestro lenguaje.

—Muy bien, pues controla tú a tu burro, que yo controlaré a mi perro.

Y los dos controlaron a sus respetivos animales y éstos no hicieron más cochinadas en las puertas de ambos vecinos.

Pero Ruperto Dosmondas poseía un espíritu muy vengativo y lo demostró subiéndole Agustín Calatraca el impuesto del suministro del agua que necesitaba para regar. El rústico, que también conocía la práctica de la represalia, se dedicó, en adelante, a darle buenos ratos de cariño a Encarna Remieles, la pizpireta esposa del concejal, mientras la cónyuge propia se las pasaba largas horas en la casa de su querida hermana.

Y es que algunos se creen que pueden obrar torcidamente, y librarse de que otros les paguen con parecida moneda.

(Copyright Andrés Fornells)

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