DIEGO EGARA, DETECTIVE (FINAL CAPÍTULO IV PÁGINAS 47 Y 48) -ACTUALIDAD-

juntos con dos primas suyas muy asequibles. Luego nuestra amistad se enfrió debido a un sorprendente cambio de gustos por su parte. Pues sufrió una especie de súbita mutación sexual que le hizo pasar de gustarle las mujeres, a preferir relacionarse íntimamente con hombres.
Lo de llamarle lo aplacé para el día siguiente, pues a las ocho quería estar cerca de los aparcamientos de la empresa FRA y seguir a su propietario esperando me llevara hasta el domicilio de la amante que su mujer sospechaba que él tenía.
Alrededor de las ocho y cuarto de la noche Federico Ramírez salió del aparcamiento de su empresa conduciendo un Porsche último modelo, de color rojo. Lo condujo todo el tiempo a velocidad moderada, detalle que le agradecí pues de haber él pisado a fondo el acelerador, a mi asmático utilitario lo habría dejado muchas millas atrás.
Fue el mío un seguimiento infructuoso. Federico Ramírez fue directo a la lujosa villa que compartía con su impresionante mujer. Le hice varias fotos para ponerlas en el informe que, en su momento, presentaría a su esposa. Permanecí hasta la medianoche aparcado, con las luces apagadas a una distancia desde la que pude vigilar el garaje donde este empresario había guardado su automóvil deportivo. “Ha preferido hoy la compañía de su bella mujer, a la de cualquier otra”, deduje.
Regresé a mi apartamento y me acosté. Tenía dos casos en marcha y, de momento, ningún avance había conseguido.
Tardé un rato en dormirme porque le estuve dando vueltas a una breve conversación sostenida con el comisario Alvarado al que había preguntado si habían descubierto algo nuevo sobre el asesinato del juez. Los pocos avances conseguidos sirvieron para tranquilizarme e inquietarme a la vez. Por la trayectoria de la bala, quien disparó podía medir un metro setenta y cinco (la altura que podía tener Pasión) y los zapatos de hombre, cuyas huellas habían quedado en el césped del jardín profusamente regado la tarde del día anterior, podían ser un 43 de talla, mientras que los pies de la mujer que me había llevado varias veces a la gloria de los placeres la noche-madrugada del sábado-domingo podía calzar, como mucho, un 38. Pero enseguida el listillo que hay en mí rebatió: “Esos zapatos pudo calzarlos para despistar a la policía”.
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