DESPUÉS DE TOMADAS UNAS COPAS (MICRORRELATO)

DESPUÉS DE TOMADAS UNAS COPAS

Pasaba de la medianoche. Él nunca había estado antes en aquel bar. Se detuvo nada más entrar y recorrió con su mirada de gavilán el interior del local. Demasiada iluminación para su gusto. Exceso de luz desnuda a la noche dejándola sin misterio. Una decena de clientes ocupando mesas. Parejas practicando el buen rollo. Manos por encima y por debajo de estos muebles de cuatro patas, tocando y excitando carnes. Cruzó su mente la idea de marcharse. Todo el pescado vendido, pensó. Pero al dirigir la vista a la barra, dejó de pensarlo. Había allí una real hembra sentada, cuyo imponente culo se desbordaba, tanto por la parte de babor, como por la de estribor fuera del taburete que tenía el placer de sostenerlo. Sin prisas, con movimientos felinos, el recién venido, llegó junto a ella y, al tiempo que ocupaba el asiento vecino al suyo, dijo envolviéndola con el azul ardiente de su mirada:

—¿Me aceptas una copa? Tengo un puñado de euros en el bolsillo, que me lo están rompiendo.

—Eso es mala cosa, a no ser que te guste coses rotos —dedicándole una acogedora sonrisa.

—Los rotos, más que coserlos, me gusta hacerlos —devolviéndole la blancura de sus dientes.

Ella amplió su sonrisa y se giró un poco más hacia él agrediéndole lo visual con los dos imponentes torpedos que ponían a prueba la fortaleza del tejido de un jersey rosa, media docena de números más chico de la talla que su portadora necesitaba.

—Si estás hablando de la virginidad, la mía tuvieron ya, mucho tiempo atrás, la anuencia de quitarme ese estorbo.

—Menos trabajo para el siguiente, morena —tenían ya al barman, un pelón con uñeros por ojos, esperando que pidieran—. A la señorita lo que quiera tomar, y yo tomaré lo mismo que ella —rumboso el que invitaba.

Cinco copas más tarde, echadas algunas risas y calentados ambos verbalmente, en el coche de él, ella se arrodillaba entre las piernas masculinas y le hizo un trabajo de antología mamona.

—Estabas bien cargado, ¿eh? —dijo ella relamiéndose.

—Es que ando siempre algo falto de cariño. No me gustan las putas.

Ella, a continuación, pretendió cobrarle el servicio y él, justamente indignado, la echó fuera del vehículo. Había dejado de gustarle.

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