COSTUMBRES ENTRAÑABLES (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Yo, al igual que tantos otros millones de seres humanos que han sido y son ignorados por la veleidosa fortuna, nací pobre y feliz porque nací en un hogar donde escaseaba el pan, pero abundaban la ternura, el respeto y la unión familiar. En mi casa, todos nos queríamos y estábamos tan unidos que, como si fuésemos uno solo nos habríamos defendido a muerte de cualquiera que hubiese osado atacar a uno de nosotros.
Teníamos tradiciones heredadas de nuestros ancestros que seguíamos considerándolas poco menos que sagradas.
Hoy le enseñé a mi hijo pequeño a bendecir el pan, igual que lo vi bendecir a mi abuela Vicenta que, de lo buena que era, no habría justicia divina si no la hubiesen destinado un buen lugar allá en el cielo.
Cogí la hogaza de pan con mi mano izquierda y con mi mano derecha el cuchillo, aspiré con fruición el maravilloso olor que desprendía y, a continuación, con la punta del cuchillo le hice una cruz en su base y dije:
—Gracias, Señor, por habernos dado otra vez más el pan nuestro de cada día.
Algunos ateos dirán que trato de influir en su libertad de elegir, que pretendo inculcarles la religión cristiana a mis hijos, y se equivocarán de todas todas. Yo sólo pretendo enseñarles a ser agradecidos y a que valoren la inmensa suerte que tienen de poder paliar su hambre en un mundo donde todavía mueren de inanición millones de seres humanos.
Y a los que son reacios a respetar símbolos tradicionales familiares, les deseo que no echen nunca en falta una salvadora hogaza de pan.

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