CÓMPLICE INVOLUNTARIA (RELATO NEGRO)
Pasaban unos pocos minutos de las once de la noche cuando Isa abandonó el teatro donde había estado, junto con otros actores, el director y su ayudante, ensayando la obra que debían estrenar una semana más tarde. En esta obra Isa tenía un papel muy pequeño. Decepcionantemente pequeño para sus ambiciosas pretensiones de convertirse en una actriz importante. Tuvo muy claro, cuando escogió la profesión que le apasionaba, que ascender en ella le sería muy difícil, pero Isa tenía a su favor una férrea voluntad, sus recién cumplidos vente años y una belleza notable.
Llevaba recorridos unos pocos metros cuando llegada delante de la profusamente iluminada cafetería situada en aquella misma calle, un caballero que se encontraba allí de pie, delante del establecimiento, dio un paso hacia ella y le dirigió la palabra:
—¿Podría escucharme un momento, señorita Davis?
Isa se detuvo por dos razones que la impactaron: la elegancia con que iba vestido y el carisma que desprendía aquel hombre de unos sesenta años, y el que tuviera cierto parecido con el Richard Gere actual.
—¿Cómo sabe mi apellido? No le conozco de nada, señor —sorprendida ella.
—Me llamo Daniel —dijo él sonriéndole amablemente—. La he visto actuar y creo que, con el tiempo, se convertirá en una extraordinariamente famosa actriz. ¿Puedo robarle unos minutitos de su valioso tiempo mientras conversamos y tomamos algo? —él propuso señalando con su mano el interior del local.
Isa pensando en la posibilidad de que este hombre pudiese ser un empresario que le ofreciese un papel estelar, asintió con la cabeza, echándose a continuación, en un gesto nervioso, su negra y ondulada cabellera hacia atrás.
Él escogió la mesa donde se sentaron, y que no tenía ningún cliente cerca que pudiese escuchar lo que hablasen.
Un camarero joven acudió junto a ellos. No supo disimular el brillo de su mirada la admiración que siempre despertaba la hermosura de la, hasta entonces, modesta actriz. Le pidieron dos cafés.
El caballero que había dicho llamarse Daniel y que observaba todo el tiempo con amable respeto a la señorita Davis, de nuevo le dirigió la palabra en voz baja, afable:
—Deseo contratarla profesionalmente, para que realicé una breve actuación que le pagaré espléndidamente.
* * *
David detuvo su Lamborghini en el aparcamiento perteneciente al lujoso bar Argona. La hermosa mujer que se hallaba parada delante de la entrada de este establecimiento consultó su reloj de pulsera, sin prestar atención a la atractiva persona del hombre joven que en el aparcamiento se había bajado de un flamante coche deportivo y caminaba hacia ella. Al llegar junto a la impresionantemente bella mujer, él le preguntó con la chulesca actitud de los conquistadores que se creen irresistibles:
—¿Me estabas esperando, encanto?
Ella no le hizo el menor caso, pues sin tan siquiera mirarlo comenzó a andar. Su escultural figura se movía sinuosa, con elegante voluptuosidad. David sintió que ella le despertaba una inmediata, poderosa excitación. Impulsivo, se colocó a su lado y la piropeó mostrándole su mejor sonrisa.
—Te mueves como un junco acariciado por la brisa, belleza.
—Me está molestando —dijo ella, ocultando mal que estaba impresionada por el poderoso atractivo de él, atractivo que tantas conquistas femeninas le habían procurado.
Ella entró en una tienda de marroquinería. Expuestos en su interior muchos artículos de piel: Prendas de vestir, bolsos, cinturones y otros complementos femeninos de las marcas más caras del mercado. El joven mujeriego entró también.
La dependienta, una mujer mayor cuyo actitud demostraba tenía costumbre de tratar con clientas de alto poder adquisitivo, les atendió con evidente deferencia a ambos entendiendo que iban juntos.
—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarles?
—Estoy buscando un bolso de noche —le dijo Isa Davis con decisión.
—¿La señora tiene preferencia por alguna marca. Tenemos las últimas creaciones de Burberry, Gucci, Louis Vuitton, Yves Saint Laurent, Loewe…
—Últimamente, mi preferido es Louis Vuitton —dijo la joven actriz, mostrando la actitud caprichosa de una mujer rica y algo displicente.
La empleada, desde el otro lado del corto mostrador, fue depositando encima del mismo varios bolsos de los que mostró sus distintos departamentos destacando su originalidad y utilidad.
Isa cogió uno de ellos y se lo mostró a David, todo el tiempo pegado junto a ella:
—¿Te gusta éste?
Él entendió que ella aceptaba su opinión y su acoso.
—Ideal para lucirlo con un vestido de noche bien ajustado a tu magnífico cuerpo.
Ella le sonrió ahora tan encantadoramente que él tuvo la convicción de que le resultaría fácil conseguir su rendición. Sacó del bolsillo un rollo de billetes atados con una goma, preguntó a la vendedora el precio de aquel lujoso objeto y lo pagó dejando cincuenta euros de propina, acción con la que pretendía impresionar a Isa. La mayoría de los codiciosos creen que todo el mundo lo es.
—Ya cumplí mi buena obra de hoy —bromeó él, y los tres rieron.
Salieron del local. Él cogió a Isa del brazo y ella le permitió la confianza, cumpliendo a continuación con otra parte del acuerdo al que había llegado con el hombre elegante que contrató sus servicios.
—Permíteme agradezca tu generosidad invitándote a una copa en ese bar que tenemos cerca de aquí.
—Verás lo que vamos a hacer, tía —animadísimo él—. Tú me invitas a un aperitivo y yo, a continuación, te invitaré a comer en el mejor restaurante de la ciudad.
—De acuerdo —aceptó ella sin quitarle la mano que él acababa de colocar es una de sus duras, esféricas nalgas.
Entraron en el establecimiento riendo, representando el papel de conquistador él, y conquistable ella. Ocuparon una mesa muy cercana a la puerta del bar que permanecía abierta todo tiempo. Había una veintena de personas allí dentro.
Un camarero veterano, de falsa estereotipada amabilidad acudió inmediatamente junto a ellos. David e Isa pidieron lo mismo, dos cervezas. Él, metiendo sus manos por debajo de la mesa las colocó encima de los muslos de ella, que agarrándolas de las muñecas le dijo, aunque manteniéndose risueña:
—No seas impaciente. No me gusta que me hagan ciertas cosas en público. Mantén quietas tus manos… por ahora —añadió viendo aparecer contrariedad en el rostro de él, contrariedad que borró inmediatamente una sonrisa lujuriosa
—Es que te deseo fieramente —dijo David con voz y actitud apasionada, obedeciéndola, no obstante.
—También yo te deseo —fingió ella—, pero cada cosa a su momento, y cada momento para su cosa, es mi lema.
Él rio y retiró sus manos. En aquel momento apareció un niño con cara de listo y dijo a David:
—Señor que lleva un trajo blando, ¿tiene usted un coche rojo de los caros y rápidos?
El interpelado se recuperó enseguida de la sorpresa que acababa de causarle el chiquillo y respondió:
—Yo tengo un Lamborghini rojo.
—Un hombre me ha pedido decirle que se lo están robando.
Dicho esto el niño salió corriendo.
—¿Tienes un Lamborghini rojo? —curiosa Isa.
David solo lo pensó atención un momento. Sabía que era frecuente el robo de vehículos de alta gama, que luego eran vendidos en otros países. Se volvió hacia Isa y dijo:
—Salgo un momento a ver si lo que ha dicho ese crío es cierto. Espera aquí.
David abandonó, presuroso, su silla. Había dado cuatro pasos fuera del local cuando un tipo vestido con unos vaqueros y un jersey negro, una gorra deportiva ocultando su pelo y unas gafas negras ocultándole la mitad de la cara le disparó, a bocajarro, en el pecho, cuatro balas seguidas.
Aprovechando que la sorpresa de su inesperada acción había paralizado a la gente que había presenciado su asesinato y que David caía al suelo agonizante, aquel individuo montó en el asiento de detrás de una motocicleta que su cómplice, vestido igual que él mantenía en marcha, y los dos se alejaron a todo gas por la calle.
La gente que circulaba por aquel lugar se detuvo para observar a David cuyo cuerpo sacudían los estertores de la muerte. Su blanca vestimenta se estaba manchando del rojo de su sangre. La mayoría de las personas que había dentro del bar se acercaron a la puerta ansiosa por enterarse de lo que había ocurrido.
Isa fue una de las últimas en hacerlo. Cuando descubrió parte del ensangrentado cuerpo del joven que había estado con ella unos minutos antes, sintió paralizársele el corazón, a la vez que una flojera en sus piernas a punto estuvo de doblárselas. Escuchó voces diciendo que habían llamado a la policía.
Se dio cuenta entonces de la participación, sin ser ella consciente de ello, que había tenido en aquella muerte. Sintió una inmediata, urgente necesidad de escapar de allí. Corría el peligro de que la policía pudiese involucrarla, de algún modo, con aquel crimen.
Disimuladamente apartó a un par de personas que en uno de los extremos de la salida del bar obstaculizaban su necesidad de huir de allí.
Estaba llegando cerca de la tienda donde había adquirido su bolso, cuando la empleada salió, vino hasta ella y le dijo:
—Precisamente iba yo a buscarla. Un caballero muy elegante, que se parece a Richard Gere me ha dado este sobre para que se lo entregue a usted.
Isa se detuvo delante de la mujer. Con mano temblorosa lo cogió.
—¿Es su padre ese señor? —curiosa la tendera.
—No; no es mi padre. Gracias. Adiós.
—Hasta la vista.
Isa seguía muy aturdida, horrorizada y con las piernas temblorosas. Vio un taxi. Le hizo una seña con el brazo y el vehículo se detuvo. Isa ocupó uno de los asientos de atrás y con voz entrecortada, le dio al taxista la dirección de una plaza cercana al bloque de apartamentos donde compartía uno de ellos con una prima suya empleada como secretaria en una gestoría.
Colocada de manera que no pudiese verla el conductor, la joven rompió cuidadosamente el sobre por la parte de arriba. Dentro había tres mil euros en billetes de cien. El hombre que le había pedido representar el papel de una mujer fácil de conquistar había cumplido su palabra.
Durante un tiempo la conciencia de Isa le acusó de culpabilidad en lo ocurrido. La libraron de este remordimiento los medios de información extendiendo la noticia de que el asesinato cometido frente al bar Argona había sido un ajuste de cuentas.
Isa Davis no triunfó como actriz y terminó trabajando de secretaría en la misma empresa que su prima.
Los seis mil euros se los gastó realizando varios viajes al extranjero. Su conciencia no la molestó más allá de un par de meses, pues la acalló diciendo que cualquiera, en su lugar, desconociendo la finalidad que tendría su pequeña actuación, habría obrado lo mismo que ella.
(Copyright Andrés Fornells)