CHAPUZAS Y BESOS (Microrrelato)

En la antigüedad el cambalache funcionaba muy bien. Un hombre tenía dos manzanas y una mujer tenía dos peras, usaban el cambalache y acto seguido el hombre tenía una pera y una manzana y la mujer lo mismo. Y sin costarles nada ambos podían disfrutar de dos sabores distintos.
Otro ejemplo: Un hombre tenía una cosa que deseaba meter en cierta parte; una mujer tenía cierta cosa que necesitaba recibir una visita masculina. Lo hablaban ellos dos, llegaban a un acuerdo de cambalache y ambos quedaban complacidos sin tener que firmar ningún papel ni tampoco pagar por ello.
Él era un albañil dedicado a hacer chapuzas. Ella era una ama de casa que pasaba muchas horas sola y se aburría. Ella necesitaba que alguien viniera a alicatarle el cuarto de baño y se lo encargó a él. Él la hizo un buen trabajo y ella lo felicitó. Él, que se había fijado numerosas veces en los bonitos labios de ella, le expuso su ferviente deseo de besarlos. Ella respondió con igual sinceridad, que también ella deseaba que él se los besara. Y ambos se complacieron mutuamente. Desde entonces a ella las chapuzas en su casa le salen gratis, y el albañil encantado de concederle esa gratuidad y de tener una mujer sin pasar por la vicaría ni compartir las ganancias con ella.
El cambalache viene funcionando desde tiempo inmemorial, aunque alguna gente, posiblemente, lo considerase muy moderno.