CAUSA DE DIVORCIO (RELATO)
CAUSA DE DIVORCIO
(Copyright Andrés Fornells)
El abogado especialista en divorcios, Cosme Líos, había citado a Ignacia Sola e Hipólito Poco, a su despacho. Los recibió con la teatralidad habitual en él, reparando desde un primer momento en la actitud tensa y antagónica que mostraban entre ellos los dos cónyuges. Les invitó a sentarse al otro lado de su imponente mesa-escritorio. Esperó a que se acomodaran, carraspeó y tras un breve silencio efectista tomó la iniciativa.
—Por caballerosidad, permítame usted, señor Hipólito, que le ceda primero la palabra a su señora.
—No se preocupe, estoy acostumbrado a que ella lleve siempre la voz cantante —con resignación el interpelado.
—Muchas gracias. Es usted muy amable —a continuación, volviéndose hacia la señora Ignacia, le pidió—. Bien, señora, dígame qué es lo que tiene usted en contra de su esposo.
—Montañas de cosas —exaltándose ella—. Pero la principal de todas, la despiadada crueldad que me ha demostrado más de una vez.
—¿Puede ofrecerme algún ejemplo de esa crueldad que le atribuye a su esposo?
—Verá, yo siento debilidad por los gatos. Son unos animales adorables. Yo los amo muchísimo y él, mi todavía marido, lo sabe.
—¿Reconoce usted, señor Hipólito que su señora siente debilidad por los gatos y los ama muchísimo?
—Sí, les tiene a esos animales exagerada debilidad y exagerado cariño. Ya se dará usted cuenta muy pronto.
—Bien, señora. Proporcióneme una prueba de esa supuesta crueldad de su marido con respeto a los gatos.
—Pasó las ruedas de su coche por encima de un gato, y lo mató.
—¿Esto es así, señor Hipólito? —mirando el jurisconsulto con ojos reprobadores al que acababa de ser acusado de haber cometido una iniquidad.
El preguntado compuso una expresión de víctima incomprendida, admitiendo, no obstante:
—Es así, pero existen claros eximentes para mí. Tuve un sueño, y en ese sueño atropellé con mi coche a un gato. No lo atropellé en la realidad.
—¿El atropello de ese gato se produjo entonces en un sueño que usted tuvo? —sorprendido el versado en leyes.
—Exacto.
—Señora, no se puede acusar a un hombre por las acciones que realiza en un sueño. Compréndalo —conciliador el abogado.
—Es que mi marido, más que sueños, lo que tiene son premoniciones. Las cosas que sueña, luego ocurren de verdad —argumentó Ignacia.
—Señor Hipólito, ¿es cierto lo que acaba de exponer su señora?
—Absolutamente cierto. Sí, soñé que mi padre moría al atragantársele un hueso de aceituna, y a los pocos días murió porque se le atragantó un hueso de aceituna. Soñé que al hermano de mi mujer le tocaba una quiniela millonaria, y le tocó. Pero tuvo la mala suerte de estar comiéndose un bocadillo de ternera cuando seguía los resultados con ella en la mano, y su perro, en un descuido suyo se comió esa quiniela ganadora, y mi cuñado no pudo cobrar un céntimo.
—¡Increíble! ¿Ha tenido algún sueño de esos recientemente, señor Hipólito? —con notable interés el letrado.
—Sí, he soñado que mi mujer era asesinada nada más divorciarse de mí.
Ignacia se levantó rápido de su silla, se cogió del brazo de su marido y le dijo, apremiante:
—Vámonos de aquí, cariño. Vámonos corriendo. Yo me quedo a tu lado para siempre jamás y, por mí, ya puedes atropellar en sueños a todos los gatos que se pongan por delante de las ruedas de tu coche. ¡Adiós, muy buenas, señor picapleitos!
Abandonó el matrimonio, presuroso, el despacho del abogado Cosme Líos, que permaneció no menos de cinco minutos con la boca y los ojos todo lo abiertos que daban de sí.