CARAMBOLA (RELATO)

CARAMBOLA (RELATO)

CARAMBOLA

(Copyright Andrés Fornells)

Populosa ciudad suramericana. Verano. Hora de la siesta. Un viajero de los muchos que descendieron del tren de cercanías echó a andar tirando de su maleta con ruedas; ruedas que transmitían al aire tórrido un ruidito monótono y desentonado. Expresión de angustia y cansancio en la cara morena y sudorosa del hombre. Cruzó dos calles. Soltó un suspiro de angustia. Insoportable el calor que hacía. Vio un carrito de helados. Pensó en el placer de su paladar y de su estómago y caminó hacia allí. Llegó delante del empleado que, con chaqueta blanca y un gorrito multicolor atendía aquel puesto ambulante, y le pidió un helado.

Torciendo su bigotito en una cansada sonrisa, el vendedor de helados preguntó:

—¿El helado lo quiere grande o chico?

—Grande como una catedral y con todos los sabores que existen —dijo el cliente, quitando su mano del asa de su maleta que, por un leve desnivel del terreno se separó un metro y medio de su dueño.

Un soldado, con su arma en la mano caminaba hacia donde se encontraban el vendedor de helados y el viajero. La vista la tenía ocupada contemplando a una mujer de larga cabellera y ondulante cuerpo bien provisto de voluptuosas curvas.

Este soldado tropezó con la maleta del viajero y, al caer se le disparó el fusil que, en contra de toda prudencia y seguridad, llevaba cargado. La bala involuntariamente disparada atravesó el ventanal de un bar, dio en el cordel que sujetaba un jamón colgado del techo, el jamón se cayó, dio en la cabeza de un orondo gato que dormitaba feliz y desprevenido, y lo mató.

La hermosa hembra se reunió con su sudorosa madre y se alejaron juntas, ignorando ambas, que la más joven de ellas dos acababa de ser la principal, involuntaria protagonista de una dramática carambola.

El dueño del gato se quedó llorando la defunción de su amado minino. Aprovechando su congoja y distracción, un perro famélico salió corriendo con el jamón entre sus dientes.

Acostumbrados a sufrir sobresaltos y revoluciones, por si acaso, el vendedor de helados y el viajero elevaron sus brazos en señal de rendición. El primero lo hizo sin soltar su bigote, y, el segundo, sin soltar su helado.

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