CAMPOSANTO (primer fragmento)
Para protegerme, porque yo me mostraba extremadamente curioso, mi gente me advertía de que la curiosidad puede resultar tan peligrosa, que igual es mejor carecer de ella, que poseerla en exceso. Cierta vez, cuando todavía era un muchacho, escuché decir a un anciano, que de noche, en los cementerios, los muertos abandonan sus tumbas y pueden verse sus sombras paseando por allí. Convencí a dos amigos, que presumían de no ser cobardes, para que me acompañaran y comprobáramos con nuestros propios ojos si había algo de cierto en lo que, entrándome por los oídos, había despertado mi curiosidad. Y una noche, tan negra que ni la luna ni las estrellas quisieron meterse dentro de ella, entramos los tres dentro del camposanto cercano a nuestro barrio.