UN PARACAÍDAS PARA TODOS LOS POLÍTICOS (MICRORRELATO)
(Copyright Andrés Fornells)
Al histórico avión se le habían incendiado los motores y, envuelto en humo, llamas y fatídico estruendo, estaba cayendo en picado. Iban en él 17 personas, cada una de ellas nacida de una madre diferente. Gritos de terror, rezos, llantos y acojonamiento general. A bordo del aparato había un paracaídas, uno solo pero de muy buen tamaño. Ninguno de los presentes quiso compartirlo con los demás, así que se pusieron a luchar encarnizadamente por su posesión. Patadas, mordiscos, arañazos, golpes, puñaladas traperas… Y finalmente, lo irremediable, el avión terminó estrellándose violentamente contra el mar haciéndose pedazos. Todos sus pasajeros, que eran cada uno de ellos de una madre diferente, murieron.
El general de los tiburones que se dieron un pantagruélico festín con ellos, y cuya cabeza tenía cierta forma teutónica, a la hora de la digestión, mostrando amplia sonrisa de glotonería satisfecha, se tomó la molestia de elevar su voz en muestra de sentido agradecimiento:
—Compañeros, nos hemos dado este banquetazo gracias a la gilipollez e insolidaridad de un grupo de humanos suicidas. Dios los bendiga y nuestras barrigotas los gocen.
Todos los presentes aplaudieron entusiásticamente con sus colas.
—Muy bien. Ellos que se peleen y nosotros a lo nuestro: a engordar —concluyó el oficial escualo de la máxima graduación, soltando un eructo de saciedad exagerada, que repitieron colectivamente los demás comensales.