MANCHAS DE CARMÍN EN EL CUELLO DE UNA CAMISA (RELATO)

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Elena Ruiz se dejó influir notablemente por los números a lo largo de su joven existencia. Contaba los pasos que había de su casa a todos los lugares a los que iba andando. Hasta el banco, la panadería, la oficina donde trabajaba, la estación de autobuses cuando iba a visitar a su madre que vivía en una población cercana, etc.
Aquel martes había terminado su jornada laboral a las ocho de la noche. Su marido terminaba la suya una hora más tarde. Formaba parte de la dirección de una pequeña empresa farmacéutica y se veía obligado a viajar frecuentemente a distintas ciudades del país.
Elena se quitó el abrigo, lo colgó de la percha que tenían en el pequeño recibidor del piso que habitaban y fue directo al cuartito donde tenía la lavadora y el contenedor de la ropa sucia. Había prendas de los dos, pero ella se preocupó únicamente de las ropas pertenecientes a su marido. Examinó la camisa suya que allí había y descubrió en el cuello unas huellas apenas perceptibles de carmín. Acercó su nariz y concentro su olfato al máximo sacando la conclusión de que el pintalabios pertenecía a una mujer distinta a las manchas anteriores. Sacó inmediatamente la conclusión de que su marido tenía una amante nueva. No se indignó. La época en que le ocurría esto la había superado ya. La superó a partir del momento en que había decidido que le convenía más vengarse que destrozar su matrimonio que, en otras muchas facetas, funcionaba muy bien. En especial en lo económico, pues a la buena marcha de su hogar su marido contribuía con un sueldo bastante mayor que el de ella.
Lloró 13 lágrimas, que era la cifra exacta que le concedía al dolor de la traición y le dio un repaso a los hombres que trabajaban con ella en la misma empresa. Eran veintitrés. De ellos, ocho la miraban con lujuria. Con cinco de estos compañeros de la empresa se había acostado ya, sumando la misma cantidad de camisas manchadas de carmín que le había descubierto a su marido. Elena sonrió maliciosamente y dijo para complacerse los oídos:
—Cuando me lo haya hecho con los otros tres empezaré por el primero. Después de todo mi marido también repite.
A las nueve y cuarto llegó su esposo. Elena contó seis segundos antes de saludarlo y otros cuatro antes de rozarse los labios con él, en un gesto rutinario y sin pasión, una reacción bastante habitual en muchos matrimonios de larga duración. La devastadora pasión es una llama con fecha de caducidad, su madre, que también le era infiel a su padre, se lo había repetido cada vez que, al principio, ella le contaba las dolorosas traiciones de su marido.

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