CONSOLAR SE ME DA FATAL (MICRORRELATO)

MENDIGO-bueno

Cierta mañana de domingo, el buen tiempo que hacía me animó a dar un paseo por el parque principal de la ciudad donde vivo.  Cuando me cansé de procurarle ejercicio a mis piernas, me senté en un banco. La mitad del mismo lo ocupaba  un mendigo. Aquel hombre, que ya no era joven, se hallaba concentrado en la lectura de un periódico que alguien debía haber abandonado.   Le di los buenos días. Él,  en vez de responder con otro saludo, exclamó señalandome, indignado, algo que estaba escrito en aquel diario: 
—¡La madre que los parió! ¡Oiga! ¡Mire esto! ¡Lea, lea!
Aceptando la confianza que él se tomaba conmigo, fijé la vista  en lo que  me señalaba su índice provistro de una uña negra tan negra como las demás de sus manos sucias y leí el titular que me indicaba:  El director de la Banca Multipasta acaba de jubilarse, percibirá una paga anuual de tres millones de euros. una paga anual de tres millones de euros.
–Mucho dinero es –reconocí entregandole mi pañuelo limpio para que se secara las abundantes lágrimas que vertían sus ojos, y dejara de hacerlo en la pringosa manga de su deteriorada y puerca chaqueta. Una infección ocular hubiera sido una desgracia más añadida a las que sin duda ya padecía él.
Cuando le vi un poco más calmado, con la intención de procurarle algún consuelo, le dije algo que no podía ser más desacertado y estupido: 
–Pues a lo mejor ese tipo, con toda esa paga tan alta, no es ni la mitad de felices que somos usted y yo.
Comprendí lo desacertado de mis palabras, cuando aquel desdichado rompió en sollozos mayores todavía que los  anteriores. No me quedó más remedio que abrazarlo y tratar de consolarlo dándole afectuosas palmaditas en la encorvada espalda. Cuando él consiguió cerrar el grifo de su desdicha, fui a comprar dos bocadillos de jamón serrano y se lo entregué. Él dejó entonces de llorar y me lo agradeció con una sonrisa de felicidad que, para mí valió más que la abultada paga de jubilación del afortunado banquero. Aquel vagabundo se llamaba Alfonso y durante varias semanas nos seguimos viendo algunos domingos por la mañana. Me contó los avatares y desdichas que lo habían convertido en marginado. Su ruina comenzó cuando se quemó una pequeña tienda de articulos de broma, que no tenía asegurada, y él se vio en la calle arruinado y con deudas. Yo le compraba bocadillos y él me los recompensaba con su genuino agradecimiento. Luego han venido domingos en los que él no aparece más por el parque y yo vivo desde entonces  la preocupación de no saber qué ha podido ocurrirle. Todos conocemos que, lo mismo que el dinero llama al dinero, las desgracias llaman a las desgracias. 

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