UN FANTASMA EN LA CASA (MICRORRELATO)

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Era un fantasma que desde hacía cerca de cincuenta años moraba como amo y señor de un antiguo y aislado caserón. Este fantasma estaba muy satisfecho de sí mismo. Sólo en la última década había conseguido deshacerse de doce inquilinos que habían pretendido compartir con él esta vivienda que consideraba suya, consiguiendo hacerles huir despavoridos.
Aunque era un fantasma relativamente moderno, había empleado siempre para aterrar a los arrendatarios métodos antiguos como era arrastrar cadenas, cubrirse con sábanas y pasear una palmatoria encendida que al ser él invisible para los vivos, éstos únicamente veían la palmatoria y la llama viajar por el aire como por arte de magia y los pelos se les ponían de punta.
Este fantasma dormía durante el día y por la noche recorría sus dominios disfrutando de todo el espacio del edificio que consideraba de su exclusiva propiedad.
Una noche de invierno, al despertar alrededor de la ocho, descubrió que su viejo caserón tenía nuevos arrendatarios. Se trataba de un matrimonio que tenía una hijita de ocho años y un hijito de nueve.
—Je, je, dentro de un ratito los cuatro estaréis cagados de miedo —pronosticó perverso.
Esperó a que los nuevos inquilinos estuvieran cenando para aparecer agitando una sábana muy sucia y lanzando gritos aterradores. La familia recién llegada se quedó un momento boquiabierta de asombro. Jamás antes habían visto sus ojos fenómeno semejante. Pero se les pasó pronto la perplejidad, especialmente a los niños que fueron los primeros que entraron en acción. La niña cogió el encendedor de la cocina y le prendió fuego a la sábana al tiempo que su hermano se hacía con el bate de béisbol y golpeaba con toda su alma al ectoplasma del fantasma que, de los golpes se fue desintegrando en mil partículas.
El fantasma se retiró fracasado, atónito. Jamás le había ocurrido nada parecido. Unos minutos más tarde intentó lo de la palmatoria y recibió varios cubos de agua y más golpes de bate de béisbol.
A la semana de verse continuamente cubierto de llamas, anegado en cubos de agua y recibido más golpes que una estera, el fantasma decidió emigrar a un castillo en ruinas, deshabitado desde hacía siglos, aunque tuviera que mojarse cuando lloviera y pasar frío cuando nevara, pero por lo menos allí no sería humillado y maltratado.

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