UN NIÑO MUY TRAVIESO (MICRORRELATO)

niño-travieso

(Copyright Andrés Fornells)

El niño se había ganado merecida fama de muy travieso. Podían decirle mil veces que los yogures que había en el frigorífico eran para toda la semana, que él, al menor descuido de su controladora madre, se los comía en un día; le escondía a ella las llaves del coche para que se volviera loca buscándolas; la pipa a su abuelo, la dentadura postiza a su abuela, el chupete al bebé, etc.
Un día apareció roto en la pequeña sala de estar un bonito jarrón que su madre tenía en gran estima y, al recibir la terrible regañina suya por esta causa, el pequeño se defendió lloriqueando:
—No lo he roto yo… No lo he roto yo… Lo ha roto el demonio.
—Eso es lo que más me indigna de ti —reprobó su madre, furiosísima—, que niegues la evidencia. ¡Castigado dos días sin ver la tele!
Pero la bronca más enorme fue cuando apareció roto el televisor y el niño, al recibir de su madre una colosal regañina, la mayor venida de ella hasta entonces, volvió a decir que aquel estropicio lo había hecho el demonio.
—Si no me crees pregúntaselo… —reclamó entre profundos sollozos.
La madre llevada de la desesperación y de la cólera masculló
—¿Has roto tú el televisor, demonio?
Repentinamente el maligno se materializó delante de ella y en tono desafiante la dijo:
—Lo demás que se ha roto en esta casa, no; pero el televisor sí lo he roto yo, ¿pasa algo, señora?
La buena mujer no pudo contestar nada porque la dio un soponcio que la privó de todo conocimiento. El niño se encaró entonces con el diablo y le reprochó:
—Oye, cornudo, no sigas haciendo cosas malas en mi casa porque soy yo el que pago las consecuencias de las tuyas y de las mías.
—Pues entrégame tu alma
—Cuando tú me entregues la tuya, tío feo.
El demonio, que se creía un adonis, ofendido por la desconsideración que el niño le había demostrado, jamás volvió a aparecer en aquel dulce hogar. El chiquillo, compadecido de su madre, que en la caída se había hecho un chichón del tamaño de un coco y roto el tabique de la nariz, dejó de cometer travesuras y a partir de entonces ella pregonó a este respecto: “Créanme ustedes, no hay demonio que por bien no venga”.

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