NO SIEMPRE ES MALA LA TORPEZA (MICRORRELATO)

—FANTASIA—.
(Copyright Andrés Fornells)
Rosendo Cuesta había demostrado su notable torpeza mucho antes de nacer. A su madre habían tenido que hacerle una cesárea porque siendo todavía un feto Rosendo cambio la posición que le convenía a la buena mujer que lo llevaba en sus entrañas, y en lugar de venir de cabeza, que habría sido lo favorable, él vino de nalgas.
Una vez nacido, Rosendo, desde un principio, procuró a sus familiares con unas explosivas muestras de hilaridad tan exageradas el temor de que pudiera asfixiarse, pues se quedaba exhausto, sin aliento, al borde del colapso.
De quienes lo criticaban por aquellos desmesurados ataques de risa, su madre lo defendía:
—No le regañemos. Es bueno que sea tan alegre mi niño.
Rosendo tardó casi dos años en aprender a gatear, y cuatro en ser capaz de andar. Y cuando por fin caminó, eran tan torpes sus pasos que tropezaba continuamente, causándose hematomas, rasguños y hasta algunas heridas.
Todo el mundo le pronosticó que sería muy desdichado. Todo el mundo menos su madre que llena de fe lo defendía siempre:
—Mi niño es muy bueno. Tendrá suerte en la vida, ya lo veréis.
Quienes la escuchaban no la contradecían, se limitaban a mirarla con lástima y a mover la cabeza en sentido negativo, evidenciando que no compartían su optimista parecer.
Pero ocurrió que un día, mientras caminaba con su torpeza habitual, Rosendo tropezó nada menos que con la felicidad, se abrazó a ella con todas sus fuerzas y nunca más la ha soltado.

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