DOS ANCIANOS (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Un anciano, después de sufrir un atropello, se encontró un día con que curado de las numerosas heridas sufridas lo echaron de la cama del hospital donde lo habían cuidado hasta entonces. Y se encontró en la calle sin documentación alguna, sin familia, sin hogar, sin trabajo, sin dinero y sin memoria, pues nada recordaba de su vida anterior y ni siquiera su nombre sabía.
Deambuló por las calles de la ciudad como un alma errante, sin rumbo ni meta. Cuando le entró hambre se acercó a un puesto donde vendían fruta y cogió una manzana. Antes de que pudiese morderla, el dueño de la tienda se la arrebató, y le dedicó furiosos insultos que remató dándole un puntapié en el trasero y otra humillación más:
—¡Largo de aquí, ladrón!
Un viejo sintecho que había presenciado este suceso se acercó al hombre que acababan de maltratar y le dijo compadecido:
—Siempre es así, compañero. Los comerciantes desconocen la compasión y la bondad. Los pobres solo podemos sobrevivir gracias a los comedores de caridad y a los contenedores de basura. Veo que eres nuevo en esto. Tus ropas todavía están limpias y no sabes qué hacer para subsistir. Quédate conmigo y yo te enseñaré.
Y el sintecho enseñó al hombre amnésico donde comen los más pobres entre los pobres y donde duermen los que no tienen hogar.
Pasados siete meses, aquellos dos ancianos se hallaban sentados en el banco de un parque. Iban sucios y barbudos. Nadie se acercaba a ellos por temor a que les contagiaran su miseria. Mantenían los ojos cerrados y gozaban del sol que les procuraba calor y no los discriminaba.
De pronto, un niño que iba cogido de la mano de su madre miró hacia el banco y, fijándose en uno de aquellos ancianos gritó:
—¡Abuelo!
Corrió hacia el viejo que había perdido la memoria y se echó en sus brazos. El hombre amnésico aun no había salido de su perplejidad cuando la mamá del pequeño corrió también hacia él gritando:
—¡Papá!
El anciano escuchó, asombrado, que aquellas dos personas que tan cariñosamente lo abrazaban lo seguían llamado abuelo y padre. Y recobró de pronto la memoria y les dijo a las dos personas que le estaban contando lo felices que se sentían de haberle recuperado por fin después de tanto tiempo sin saber de él.
—Un momento. De ahora en adelante tendréis dos padres y dos abuelos —señalando a su compañero de banco—. Sigo vivo gracias a él.
Y este hombre y su compañero de fatigas tuvieron la inmensa suerte de que, el primero de los dos tenía a una buena hija y a un buen nieto.
—Vamos a casa, papá, tú y tu salvador.
Y Norberto Morales recupero a su familia y, su compañero en la pobreza, que no tenía familia, acababa de encontrar una.

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