ELLA SABÍA LO QUE BUSCABA, ÉL LO ENCONTRÓ SIN BUSCARLO (MICRORRELATO)

 

 

 

 

 

 

ELLA SABÍA LO QUE BUSCABA, ÉL LO ENCONTRÓ SIN BUSCARLO (MICRORRELATO)

Un restaurante modesto. Sábado por la noche. Casi todas las mesas ocupadas. Sara, una joven de treinta y pocos años ocupa una de ellas. Marcelo, cuarenta años recién cumplidos, ocupa otra mesa. Ella cuenta con el atractivo característico de las mujeres cuyo cuerpo carga con algunos kilos de más, pero los tienen bien repartidos dentro del conjunto total de curvas que componen su exuberante cuerpo. Pestañas postizas y carmín escarlata en su boca generosa aumentan su atractivo. Él posee un cráneo alargado con mucho pelo perdido, ojos pequeños, nariz grande y barriga cervecera. La expresión de su cara resulta simpática, apropiada para un hombre con buen carácter.

Él se da cuenta de que ella, a intervalos, le observa. No es un hombre lanzado, sino más bien tímido. Sin embargo, ante la insistente mirada de ella termina descarándose y preguntándole:

—¿No conocemos de algo?

Ella sonríe y con naturalidad le responde:

—No creo, pero podemos intentar conocernos.

—¿Puedo acercarme a tu mesa?

—Si tienes piernas, puedes.

—Tengo piernas y no son de las peores. De más joven jugaba al futbol.

—¡Qué casualidad! De más joven yo también jugué al futbol.

—Me acerco —avisó él llevando su silla y sentándose frente a ella.

Se dijeron los nombres y cambiaron besos en las mejillas.

—Me gusta tu perfume —galante él.

—Y a mí me ha gustado la delicadeza con que me has besado.

—Lo de besar puedo hacerlo todavía bastante mejor.  

—No eres de los que se van por las ramas —rio ella complacida.

—Por lo general soy bastante tímido, pero me atraes con tanta fuerza que contigo he dejado de serlo.

—¿De qué equipo de futbol eres simpatizante?

—Del que tú me digas.

—¿Podrías ser siempre tan considerado?

—Podría sin la menor.

—¿Crees que tú y yo podríamos llegar lejos juntos?

—Todo lo lejos que tú dispusieras.

—Yo ya terminé de cenar.

—Yo también.

—Paga las cenas, salgamos de aquí, acerquémonos al parque que tenemos cerca y yo recompensaré tu amabilidad cantándote una canción bajo la luz de la luna.

Marcharon ambos hasta el parque. Sara cantó a Marcelo una canción de amor, bañados ambos bajo la luz de la luna. No poseía una voz bonita, pero besaba como los mismos ángeles que se saltan la púdica prohibición celestial.

Diez años más tarde el que cantaba una canción de amor bajo la luz de la luna era Marcelo a Sara. Tenía él mejor voz que ella, pero sus tres hijos que los acompañan, burlándose le pedían a su padre que se callase. Él se callaba y los cinco se abrazaban riendo felices pues eran una familia muy tolerante y bien avenida. 

 

Read more