UN MARIDO CASI PERFECTO (MICRORRELATO)

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UN MARIDO CASI PERFECTO
(Copyright Andrés Fornells)
Mi tía Amalia era muy feliz en su matrimonio. Familiares, amigos y conocidos así lo reconocíamos. Tía Amalia se había casado con un hombre guapo, bueno y dócil, que sin ofrecer nunca resistencia, contrariedad o porfía, se plegaba a todos sus deseos y exigencias.
—Has tenido una suerte inmensa, Amalia. Te has casado con un hombre modélico. Seguro que hay montones de mujeres que te envidian por ello y sueñan con quitártelo —le decía todo el mundo que la conocía.
—Lo sé, lo sé, que sufran y se chinchen, porque él me quiere únicamente a mí —consideraba, ufana, tía Amalia.
—¡Ay, que dicha la tuya! Tu marido es perfecto en todos los sentidos.
Cuando escuchaba lo de “perfecto”, con respecto a su esposo, Amalia fruncía el ceño, torcía los labios y objetaba:
—Mi marido tiene un defecto que le priva del título de hombre perfecto, y del que he intentado, innumerables veces, quitarle y no lo he conseguido. Y ese defecto es que fuma y no quiere dejar de hacerlo, por mucho que insisto en ello, suplicándoselo e incluso prohibiendole me bese porque su aliento huele siempre a nicotina.
El defecto que Amalia le reconocía a su marido, tenía absoluta razón en su empeño de intentar que lo dejase. Alberto Morales, el esposo casi perfecto de tía Amalia, se fue una mañana a comprar tabaco y nunca más regresó.
La mayoría le dijimos a tía Amalia tenía ella razón sobre el empeño que había puesto para que su marido dejase de fumar. Aunque no faltó algún discrepante que atribuyó a éste empeño suyo el que Alberto Morales, ejemplar empleado de una notaría, que se pasaba el día entero escribiendo aburridos testamentos, escrituras y otras muchas tareas de teclado, hubiese abandonado el hogar regido por una mujer dominante, y un empleo anodino y rutinario.
Alguien contó de él que se había ido a África a cazar cocodrilos y fumaba todo el tiempo cigarros puro y se había unido a una mujer muda que, en vez de reprenderle porque fumaba, le elaboraba ella misma los cigarros, le sonreía y le daba amorosos besos de tornillo. Los hijos que habían tenido ambos no llegó a contarlos, el informador, porque eran varios y cuando le descubrieron espiando se liaron a tirarle piedras con extraordinaria buena puntería.

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